Por Geoff Hernández (@geoffhernandez)
¿Qué palabras pueden utilizarse para explicarle a la próxima generación que Messi y su Clan de la Fe no pudieron nunca ganar una final? ¿Cuál es el adjetivo perfecto para describir al destino y su insistencia de servirle en bandeja de plata tres veces seguidas la gloria a Higuain? ¿Por qué la satisfacción de la conquista se les escurrió de nuevo entre los dedos a un grupo de jugadores que no deja de intentarlo? Da la sensación que a la derrota le encantó el color albiceleste.
«Tengo miedo por cómo tratan a Messi», anticipaba proféticamente su amigo Demichelis. «Un día no muy lejano se enojará y no regresará», afirmaba Bilardo. «Si no ganan la Copa, que no vuelvan», decía Maradona, cruzando los dedos. En la atmósfera interna del seleccionado había una verdad ya sentenciada, que ni el título de la Copa América podía trastocar. Leo se quitaba la cinta de capitán, dejaba en el armario su camiseta, y se iba, ya no aguantaba más. Ni la exigencia del obsesionado que vierte sus fracasos en la espalda de un futbolista, ni el desastre institucional que tiene a la AFA al borde de la desafiliación de la FIFA.
¿Y quién puede criticarlo si a Messi lo formaron para competir a través del orden y de una filosofía que basa su éxito en la distribución equitativa de responsabilidades? Juzgar es otra forma de asesinar. Tildarlo de cobarde es obviar con alevosía que la familia Messi transitó la Argentina suplicando por la ayuda que le permitiese al pequeño Leo sanar, desarrollarse y perfeccionar su don, y lo único que consiguieron fue a un paquete de dirigentes enceguecidos por la corrupción, que veían al frente un problema en vez de una solución.
Porque así somos los de este lado del mundo. No creemos en la formación ni en el cumplimiento de etapas. Queremos resultados en el ahora, por eso nos golpeamos una y otra vez con el mismo modelo político populista. Nos encanta la religión del mínimo esfuerzo.
Ahora todos quieren a Messi. No hay dudas, te tiran al piso, te desprecian un poquito y te levantan con un abrazo.
— Diego Latorre (@dflatorre) 28 de junio de 2016
El mayor tribunal del fútbol argentino es una servilleta. Sí, la servilleta donde Rexach vertió su fe. ¿Qué patrón del pensamiento le reveló a Rexach que ese chico con problemas de crecimiento que se agujereaba él mismo las piernas, en unos años dominaría el fútbol mundial, y convertiría al Barcelona en el ejemplo formativo para millones de instituciones y jugadores? O mejor dicho: ¿Por qué los dirigentes de Newell’s, River o Boca no vieron en Messi lo que el Barcelona sí vio? Porque el fútbol es el medidor social por excelencia.
En la Argentina y el resto de Sudamérica, el futbolista es un producto de un mercado que día tras día sobrepasa los límites de oferta y nada más. Y de ahí nace toda la distorsión. No entendemos que deben superar con éxito cada etapa formativa, y así se reducirá al mínimo la posibilidad del fracaso. Pero para eso hay que tener conciencia y paciencia. Y de eso estamos escasos en nuestro continente. Nos jactamos de la garra y del empuje, y del talento innato. Cuando lo realmente valioso, es ver el talento en un joven, y promoverle de todos los recursos necesarios para que llegue a su plenitud. ¿Entiende entonces, usted, por qué nunca Messi se irá del Barcelona? Porque el agradecimiento es la coraza que protege tu legado.
¿Y si Messi hubiese aceptado la propuesta de conquistar el mundo con España se lo catalogaría como el traidor, desertor y cobarde que trazan hoy las portadas de los diarios y de las redes sociales? ¿Hubiese competido la Argentina en la élite en los últimos diez años? ¿Por qué la primera reacción es acusar antes de entender que no es un problema superficial, sino una construcción que tomó forma en los últimos años y se acentuó a través de los insultos en Rosario por no cantar el himno?
La humillación contra Alemania en Sudáfrica 2010. Las aventuras de Batista en Copa 2011. El dolorosísimo capítulo del Maracaná 2014. La final de Santiago 2015 y el penal errado en 2016. Alejarse no siempre es sinónimo de cobardía, a veces, es todo lo contrario. Es saber que la vida está llena de ciclos que inician y finalizan, y que intentar malograr esa fórmula, solo activa una espiral de frustraciones que va en contra de la educación del triunfador.
[pullquote]Messi no quiere más sufrimiento. Cada vez que pierde, muere un poco. Se acostumbró a triunfar en cualquier fase de su historia [/pullquote]El fútbol se nutre de las pequeñas sociedades. Esa simple frase sintetiza las glorias del Barcelona y las miserias de la Argentina. Pretender que Messi funcionase en la albiceleste de la misma forma que lo hace en España es el acto de arrogancia más grande que puede cometer un conocedor de este deporte. Maradona disfrutó de un equipazo en el ’86 que se encargó de potenciar al máximo las habilidades sobrenaturales del ’10’, sin perder el estandarte de equipo competitivo que aparecía cuando Diego se extraviaba en sus demonios, como esa noche contra Alemania.
Lionel Messi no tuvo la suerte de jugar al lado de un Valdano, de recibir un pase limpio de Ruggeri o de habilitar a un Burruchaga que no se acobardase. Lo dejaron solo cuando la gloria estaba a la vuelta de la esquina. Superponiendo el don de Messi al esfuerzo colectivo. Y eso sí es cobardía. Siempre cargó con el peso espiritual y futbolístico de toda una nación. Y ese fue el beso de la muerte para Diego Armando Maradona. Cuando dejó de ser parte de un conjunto sustancialmente acoplado, y se convirtió en el todo, el resultado fue Italia 90’. Un subcampeonato donde lo único que se recuerda es el gol de Caniggia ante Brasil y el epitafio del 10. Y a eso le tiene terror Messi.
Disculpenme, pero es imposible no llorar con esto. #NoTeVayasLio 😢 pic.twitter.com/cOKPrajfm0
— Tirando Lujos (@TirandoLujos) 28 de junio de 2016
Él vio el ocaso de su ídolo. Él estudió una y mil veces las formas de su retiro. Porque así de obsesionado es. Y no quiere más sufrimiento. A Messi no lo educaron para perder. Cada vez que pierde, muere un poco. Se acostumbró a triunfar en cualquier fase de su historia. Quizá allí se cimente uno de los principales motivos de su cruce de caminos, nadie le mostró el sendero de la derrota como un destino posible. Y se fue, como el guerrero que esconde su espada y muestra la bandera blanca.
No es difícil intuir que está destruido, su sueño nunca radicaba en conquistar el mundo ni convertirse en héroe para millones. Siempre antepuso su país. El mismo país que lo corrió hace unos años. El mismo país que exigía su renuncia luego de Brasil. Y por vestigios del destino, el mismo país que de rodillas suplicará su regreso. Porque sin Messi, Argentina pierde la gracia y el don que solo los escogidos otorgan.
…y si esta nación, por algún motivo, llegase a arrepentirse. Y convenciese a Leo de regresar, el resultado quedará escrito como una de las historias más espectaculares jamás registrada, cuyo capítulo final será el 15 de Julio de 2018 en Rusia.