La noche de Lionel

A un toque

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El invierno de Londres helaba las vísceras. Se sentía a cada paso por el cemento de Stamford Bridge. Y nada parecía aportarle temperatura a los cuerpos. Ni siquiera el duelo de dos modelos futbolísticos entre el vértigo de Chelsea y la posesión de Barcelona. Y menos aún, el choque del histrionismo de Mourinho contra el relax de Rijkaard. Sin embargo, hubo un nombre que calentó el termómetro. Le sumó grados en cada slalom, cada enganche, cada gambeta. Atrevido, se hizo cargo de las tensiones y presentó sus credenciales en la Champions League. Corrió el interés de los directores de cámaras. Y el mundo, definitivamente, memorizó el ADN mágico y talentoso de Lionel Messi.

Messi encara a Del Horno, que sólo pudo frenarlo con patadas y fue expulsado en el primer tiempo.

Messi encara a Del Horno, que sólo pudo frenarlo con patadas y fue expulsado en el primer tiempo.

Ocurrió hace más de ocho años, el miércoles 22 de febrero de 2006, por los octavos de final de ida del certamen europeo. Una temporada antes, Chelsea había eliminado a Barcelona en la misma etapa del torneo. El recuerdo ingrato golpeaba al equipo blaugrana. Quería degustar la revancha. Y Messi se hizo cargo de esa misión sobre la pradera verde embarrada. Envuelto en la camiseta número 30, reclamó la pelota, halló espacios y movió los hilos del juego. En esa producción de alto vuelo, fue un mal sueño para Asier del Horno. Lo encaró en cada escena y poco le importó su estilo violento para ponerle freno. Primero soportó una plancha escalofriante en la rodilla izquierda y, después, otro golpe brutal: “Vi que venía fuerte, con mala intención, y salté. Por eso no me dio de lleno”.

Luego de la expulsión del defensor español, la camiseta fluorescente de Barcelona brilló aún más por la inteligencia y habilidad del argentino. Ajustó las coordenadas del GPS y guió a Ronaldo, Eto’o y compañía al triunfo 2 a 1 en Stamford Bridge. “Messi hizo teatro. Cataluña es un país y todos saben lo que es. Yo fui al teatro muchas veces y allí es de calidad. Y Messi aprendió de los buenos”, soltó Mourinho en tono molesto. Entre el dolor y la satisfacción, respondió el delantero: “Tengo una herida en la rodilla, otra en el muslo y otra en el pie. Llevo todo el cuerpo marcado, pero no me duele porque hemos ganado. Fue un partido impresionante”, expresó después de la victoria.

El día después, los obreros de la tinta y el papel redactaron elogios sobre Messi. Bajo el título Proteger al genio, Santiago Segurola, una de las mejores teclas del periodismo iberoamericano, escribió en el diario El País: “El fútbol está contenido en el cuerpo de un pequeño jugador, un chico de 18 años que podría pasar inadvertido en cualquier cuerpo. Se llama Leo Messi y hay todo el derecho a pensar que estamos ante un jugador excepcional, la aparición más fulgurante de los últimos años”. El análisis fue un acierto. De aquella noche de Londres a la de ayer en Ámsterdam, más de ocho años después, la Pulga confirmó su gran salto. Y desde la primera fila del fútbol, gritó por duplicado ante Ajax y alcanzó a Raúl como máximo goleador histórico de la Champions League. Nada más. Nada menos.

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