Malvinas. Un lugar en el mundo, el lamento de una guerra incomprensible y el recuerdo eterno de los ex combatientes. Como hace 31 años, el reclamo por la soberanía de las islas y las palabras cruzadas siguen instaladas en Argentina y Gran Bretaña. Y al mirar por el espejo retrovisor, el recuerdo es inevitable. Golpea el inconsciente colectivo. Hubo 24 horas en las que un resultado futbolero y el desfile de los soldados se unieron en postales de tristeza. Lágrimas en España y Malvinas. Nocaut psicológico de un pueblo. En su libro La Patria Transpirada, Argentina en los Mundiales, Juan Sasturain retrata este escenario como pocos escritores. Su descripción del gen argentino es perfecta. Conmovedora.
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“La imagen de estos jóvenes argentinos enfilados, formados con uniforme patrio y a punto de cantar el Himno nacional el 13 de junio de 1982 bajo un poderoso sol ibérico digno de plaza de toros, no puede ser más prometedora. Este equipo no puede perder (…) La Selección, cara al sol con la esperanza nueva. Y los belgas, a quién le ganaron los belgas de Scifo y Ceulemans”.
“La imagen de estos otros argentinos enfilados, formados con uniforme patrio que acaban de dejar sus armas en el suelo y se disponen a masticar el Himno nacional el 14 de junio de 1982 bajo la luz gris y húmeda del peor invierno de sus vidas en esas islas irredentas, no puede ser más desoladora. A estos muchachos los mandaron al matadero”.
(…) La escenas paraleas -la soberbia formación del equipo de Menotti previa al 0-1 ante Bélgica del debut; la penosa formación de los rendidos soldaditos después de la caída de Puerto Argentino y la capitulación del Yéneral Menéndez- estuvieron separadas por menos de 24 horas, más de 20 kilómetros y 40 grados de temperatura. Incluso, en este paraíso del exceso, fue demasiado. La patria esquizofrénica miraba dos canales a la vez, hacía zapping para verificar que contra toda lógica de compensación o necesario happy end consolador, todo terminaba mal: perdíamos, perdíamos otra vez, y ya sin las ironías de Les Luthiers”.
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