Por Gabriel Tuñez (@gabtunez)
Como le pasaba a Benjamín en el cuento El césped, del escritor uruguayo Mario Benedetti, Luis Escobedo y Omar De Felippe tenían “sueños de fútbol”. De alguna manera, debieron postergarlos para ir a la guerra de Malvinas, mientras otros jugadores se entrenaban para el Mundial de 1982.
Desde su infancia, cuando todo parece posible, los dos querían ser futbolistas. Transitaban el último tramo de las inferiores y se acercaba el momento de saltar al plantel de Primera. Estaban en la etapa final de ese camino y creían que, por fin, debutarían en Los Andes y Huracán, respectivamente.
No se conocían, pero los unía una ilusión: goles, jugadas, estadios colmados y relatores emocionados con sus acciones. Después de pasar por el Servicio Militar Obligatorio, todo lo que los aguardaba era el fútbol. Pero se sacaron los botines y alzaron las armas para ir a la guerra.
“Es de madrugada y no puedo dormir; ya me veo en casa, con mis amigos, mi barrio, viendo rodar la redonda…”, escribió Escobedo en su diario personal el 22 de junio de 1982, ocho días después de la rendición argentina en las islas Malvinas. Todavía con el frío marcado en su cuerpo, las bombas resonando en los oídos, la vista nublada y el hambre crujiendo, aquel joven de 19 años intentaba imaginarse el reencuentro después de combatir en la guerra con el Reino Unido.
De Felippe no se olvida de la lluvia constante de agua y de balas en Malvinas, las trincheras inundadas, el suelo resbaladizo por el hielo y las detonaciones que le permitían ver adónde estaba el enemigo. Pudo morir varias veces, pero recuerda una: cuando en medio de los disparos logró salir a tiempo del escondite en el que estaba antes de que un avión británico bombardeara el lugar. Confirmó que vivir era cuestión de suerte.
Los dos peleaban y sufrían en el archipiélago mientras el seleccionado conducido por César Luis Menotti afinaba su preparación para defender el título en el Mundial de España, con un Diego Maradona que prometía encandilar con su zurda. El 13 de junio, un día antes de la rendición, la Selección perdió, acaso sorpresivamente, 1–0 ante Bélgica en el debut del torneo.
Escobedo volvió al país acostado en el piso de un avión. De Felippe, en un buque de guerra del Reino Unido, donde le dieron comida caliente, ropa limpia y el resultado del segundo partido de Argentina: 4–1 a Hungría. La vida, finalmente, los devolvió al fútbol, a los equipos que habían dejado cuando partieron al frente de batalla.
De Felippe jugó en Huracán hasta 1985, luego pasó por siete clubes, entre ellos Cristal Caldas, de Colombia, y se retiró una década más tarde, cuando decidió ser DT. Escobedo, en tanto, pasó de Los Andes a Vélez, Wanderers de Chile y Temperley, donde dejó de jugar 16 años después de la guerra.
El fútbol los salvó, coinciden. No en las islas sino de regreso, cuando los recuerdos abrumaban y no había afecto que los contuviera. A 37 años de Malvinas, De Felippe espera volver a la acción como DT, luego de su ciclo en Newell’s, y Escobedo se dedica a entrenar niños en una escuela deportiva.
*La nota original fue publicada por el autor en la agencia de noticias DPA