HÉROES, OTRA VEZ

Al ángulo

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Por Santiago Tuñez

[dropcap]H[/dropcap]ace unos días cumplí 40 años. Una cifra simbólica, con efectos colaterales. El análisis de la cosecha personal y laboral. Las alegrías y frustraciones tatuadas en el cuerpo. Las maneras de pensar y sentir. Al final del repaso, queda el boceto de la película propia. Desconozco el título, la trama y la escena final. Sí, tengo algo en claro: en el guión, hay imágenes de un documental imprescindible: Héroes, la cinta del Mundial ’86, con Maradona como actor principal y ganador del gran premio de la academia del fútbol.

Nací en junio del ’78, cuando el seleccionado argentino firmó el primer hito de su historia. Las manos sagradas del Pato Fillol, el liderazgo de Passarella desde el fondo, la corrida heroica y la melena al viento de Kempes, el Abrazo del Alma capturado por Ricardo Alfieri… y la Copa del Mundo arriba de todo en la tarde-noche del Monumental. Una colección de imágenes brillantes. Eternas. Y contrastantes con el horror destilado por Videla, Massera y Agosti -el tridente sangriento de la Junta Militar- en el palco de honor del estadio.

El segundo hito, ocho años después, llegó en el Mundial de México. Y quedó retratado en Héroes, el documental oficial de la FIFA, realizado por los británicos Tony Maylam (director), Drummond Challis (productor) y Rick Wakerman (musicalizador). Hubo un tiempo en que Bilardo sacaba pecho ante otros entrenadores y decía que estaba «20 años adelantado». Pues bien, Héroes también estuvo 20 años adelantada. O quizás, muchos más. Por sus planos, la edición de las imágenes, el seguimiento de las figuras del torneo, la locución…

La vi por primera vez hace 30 años. No había Netflix, redes sociales, ni dispositivos digitales. Nada de eso. Había que ir al videoclub, anotarse en la lista de reserva y esperar que llegara el turno para llevarse la película a casa. Ahí, entonces, llegaba el momento deseado: darle play a la videocasetera. Desde aquel día, debo haber visto Héroes unas 30 veces. Hoy, en días de revisionismo del ’86 y a la espera del primer toque en Rusia, la miro por YouTube o me engancho cuando la dan en algún canal deportivo. En la memoria tengo alojado el orden de los partidos, los cantos de algunas hinchadas, los temas que musicalizan ciertas escenas y los títulos del final, con Diego a puro slalom mágico.

Hay, sin embargo, un momento que desde el ’88 me sacude el alma. No es la obra cumbre de Maradona contra Inglaterra. Tampoco sus goles a Bélgica o el toque suave de Burruchaga para autografiar el título de la Selección en México. Ocurre después del tercer gol argentino. En pleno calor del Distrito Federal, y pese a los efectos de la altura, el Diez pasa a dos alemanes y, en el área, cae por un claro penal. El brasileño Arphi Filho no lo cobra. Lógico: una semana después de la Mano de Dios, casi que debían fisurarlo para que le dieran un penal. Y llega, finalmente, ese instante conmovedor.

«En este día, 29 de junio de 1986, Diego Armando Maradona alcanzó la cumbre y consiguió la inmortalidad», sostiene Ernesto Frith, la voz icónica de la radio y televisión argentina en los ’80. Y al Diez, entonces, se lo ve con un semblante pleno de éxtasis. Adherido a los brazos de  Ruggeri, vive su hora irrepetible en el fútbol. Y se hace difícil, en efecto, ponerle un muro de contención a las lágrimas. Me pasó a los diez años. Y me pasa, ahora, con 40 en el cuerpo.

Como afirma el periodista español Ramón Besa, «Maradona es la primera vez y, como en todo la primera vez es insuperable». De ahí, el sentimiento personal por este futbolista. Y Héroes, en definitiva, es el gran responsable.

 

 

 

 

 

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