Dijo al principio de la presentación en sociedad: «Quiero aprovechar esta oportunidad. Esperamos ganar el Mundial de 2014». Ya más relajado, delante de las cámaras, soltó una promesa: «Se las dará una chance a grandes y chicos». Pleno de satisfacción, hizo un resumen personal: «Estoy contento por haber cumplido la meta de llegar como técnico a la Selección». Y al pronunciar esa frase, Sergio Batista habrá recordado el primer kilómetro de su vida como DT. Fue allá por mediados de 1999, en All Boys. Y en sintonía con el anochecer de la década menemista, ese ciclo se caracterizó por la flexibilización laboral. Porque era número cinco y entrenador del equipo. Todo al mismo tiempo.
Con su metro noventa y más barba, Checho dirigía desde el centro del césped. «En la cancha siempre pensé como un técnico. Es algo de toda la vida, desde la época de Argentinos. Mis compañeros me decían que era un joven viejo, por mi forma de actuar y hablar dentro de la cancha», explicaba Batista, por aquellos días, en una entrevista con la revista Mística. Y desde su doble función, contaba los secretos para hablar con el resto de su cuerpo técnico: «Cuando entran los auxiliares, aprovecho para darle a mi gente las indicaciones o pasarle los cambios que tengo pensado hacer. Pero, a veces, eso no sucede y no me queda otra que comunicarme por medio de los marcadores de punta».
En las mañanas de Floresta, Batista empezaba a diseñar su recorrido como DT. Y a futuro, con la fantasía de la Selección en su inconsciente, dejaba su declaración de principios: «En mi carrera tuve la suerte de tener a Bilardo y Menotti, a los que considero los mejores técnicos del fútbol argentino. Pero también aprendí de mucha gente como Labruna, Saporiti y Yudica. Quiero que mis equipos jueguen de la manera tradicional, como le gusta a la gente».