Por Leonardo Faccio
Unos días antes de que Messi cumpliera 23 años, la selección argentina era una de las favoritas del Mundial de Sudáfrica. Aunque no hacía goles, la superestrella del Barcelona destacaba en un equipo que avanzaba invicto. Dos días antes del partido con Grecia, Maradona llamó a Messi para decirle algo. Quería darle el brazalete de capitán.
-Esos dos días -me dice la Brujita Verón- vi a Leo nervioso por primera vez.
No era la responsabilidad del liderazgo lo que incomodaba a Messi. Lo que lo desvelaba era que tenía que dar un discurso ante sus compañeros.
-Dos días estuvo pensando qué decir. “¿Qué digo?”, me preguntaba Leo – recuerda Verón- Le dije: “Decí lo que sentís y te va a salir solo. Pero no es fácil”.
Nosotros sentíamos que Messi nos estaba escuchando desde su Blackberry. En la pantalla del teléfono de Verón parpadeaba un guión electrónico. El diálogo con él podía continuar. En la foto de su teléfono, Messi sonreía en silencio.
Maradona lo perturbaba pidiéndole que hablara en el vestuario. No era la primera vez que lo ponía nervioso. Messi había conocido a Maradona en un programa de televisión que éste presentaba en Buenos Aires. Tenía 18 años y su nombre recién empezaba a ser popular en Argentina. El programa se llamaba La Noche del Diez. Habían montado ante las cámaras una cancha de fútbol-tenis, donde el 10 eterno se enfrentaría con el 10 del futuro. “Estábamos en el camarín con mi papá, mi primo y mi tío hablando de los autógrafos y las fotos que le íbamos a pedir. De pronto, Diego abrió la puerta y entró”, recordó Messi. “Nos quedamos petrificados. Se fue y no le pedimos nada”.
Cinco años más tarde, en la tensión competitiva del Mundial, Messi volvió a quedar petrificado. En ese primer encuentro le había ganado a Maradona el partido de fútbol-tenis. Pero su presencia seguía intimidándolo. En Sudáfrica, el 10 eterno había querido darle un incentivo con el brazalete de capitán. Ante los ojos del mundo, el gesto pareció ser un merecido y anticipado regalo de cumpleaños.
Para Verón, que varias veces fue líder de su selección, era una nueva responsabilidad en la habitación compartida: debía enseñar a un genio ensimismado a comportarse como un caudillo. A Messi, el privilegio lo dejaba mudo. No podía arengar a un compañero por SMS.
Tres años antes, en otro programa televisivo, Maradona declaró que Messi tenía para todo ser “el gran jugador argentino”. Pero también dijo que le faltaba presencia.
-Si pudiera ser un poco más líder- dijo Maradona-, creo que podríamos ir de la mano de él al Mundial de Sudáfrica.
-¿Le falta liderazgo?-preguntó el conductor Marcelo Tinelli.
-Sí, presencia -respondió Maradona-. Porque el resto lo tiene todo.
Como en un juego de espejos, Messi proyectaba una imagen en la que Maradona buscaba verse a sí mismo. Tenía 19 años cuando jugó su primer Mundial, y Maradona 21 cuando fue al Mundial de España. “Creo que al darle la capitanía a Leo, Diego se pensó a él a esa edad – me dijo Fernando Signorini-. En ese partido con Grecia, Maradona le dio la cinta de capitán a Maradona”. En el monólogo interior de sus entrenadores, Messi nunca había interpretado el papel de capitán.
La estridencia de un brazalete que le exige hablar como un caudillo estresa a alguien que prefiere pasar inadvertido. En términos monárquicos, las sucesiones siempre son conflictivas.
-¿Y al final, Messi habló en el vestuario?
-Dijo algo -recuerda Verón-. Pero enseguida se trabó, porque no sabía cómo seguir.
Verón calculó sus palabras. Quería proteger la intimidad del equipo.
-Dijo que estaba muy nervioso. Y salimos a la cancha.
*Extracto del libro Messi, el chico que siempre llegaba tarde (y hoy es el primero), de Leonardo Faccio.