Por Santiago Tuñez
Tenía un pecado con la Selección. Los tres penales fallados contra Colombia, una noche de 1999, eran su castigo interminable y ni las redes bombardeadas con Boca lo acercaban al perdón. Pasaban los años y ningún DT redactaba su nombre entre los convocados. Hasta que lo hizo Maradona en las Eliminatorias al Mundial de Sudáfrica. Se oscurecía el cielo de su ciclo. Sonaban los truenos. Y con la advertencia de los relámpagos, le hizo un espacio a Martín Palermo. Fue el 10 de octubre de 2009, en un largometraje intenso hasta los títulos del final. El Loco ingresó al comenzar el segundo tiempo y, en una noche agitada, tuvo su momento de redención. Bajo el diluvio universal, reconquistó al equipo argentino. Catorce años después, comparto la crónica que escribí entonces en el diario Edición Nacional. Con el título Héroe, otra vez, estas líneas retrataron el paso a paso de Palermo. Su entrada y el gol. El perdón absoluto, luego de los malditos penales. Y el agua bendita en su cuerpo.
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Siempre así. Con su cuerpo en el lugar señalado para dar la estocada decisiva. Su mirada emocionada por haber filmado una nueva escena conmovedora en su vida. Y su ofrenda a los fanáticos argentinos luego de recibir besos, abrazos y agradecimientos. Héroe otra vez, Martín Palermo. El piloto que rescató a la Selección de sus peores turbulencias. El hombre al que Maradona canonizó luego de festejar bajo a lluvia. El personaje que sueña sueños imposibles y los hace posibles. Y que protagoniza historias que –como expresó anoche– lo “sorprenden día a día”.
“Andá y resolvé el partido, como hiciste tanta veces en tu carrera”. Las palabras de Maradona fueron música para sus oídos. Era el entretiempo y ya había escuchado el grito de “Paleeermo, Paleeermo”. Primero, había sonado a los 27 minutos desde la tribuna Enrique Omar Sívori, donde suelen habitar los hinchas de River. Después, volvió a escapar desde el cemento a los 35. Y se hizo reclamo fuerte cuando el Diez marchaba hacia el vestuario.
Apareció en cancha, en lugar de Enzo Pérez. Y se movió delante de Higuaín, en los últimos metros del césped. Festejó el 1 a 0 del Pipita para el seleccionado. Y poco después, el Loco sufrió un golpe en la nariz, al querer ponerle la cabeza a un centro. Ni siquiera el dolor y la inflamación parecieron sacar su inconsciente del juego. Y menos aún, el cabezazo de Hernán Rengifo, que alejaba el vuelo argentino de Sudáfrica.
Justo a tiempo, como Gareca hace 24 años, Palermo protagonizó el rescate efectivo de la Argentina. Corrigió de la mejor manera el tiro al arco de Pocho Insúa. Y llevó la bola a la red para mantener a la Selección en la ruta al Mundial. Todo, diez años después de su frustración en la Copa América de Paraguay y el récord agrio de los tres penales errados. La tristeza que lo impulsó a volver con su cuerpo pintado de celeste y blanco. “No quería que mi carrera en el seleccionado se terminara con aquellos penales fallados ante Colombia”, confesó anoche, mientras volvía a estar en el centro de las cámaras y los micrófonos.
Lloró. Y mucho. En el césped y el vestuario. Quizá, por haber hallado el motivo de otro momento maravilloso en una cancha. “La bendición” de su hijo Stéfano, fallecido horas después de nacer en agosto de 2006. “Yo sé que siempre me ayuda desde arriba”, confió el hombre. Y luego de soltar esas palabras, unas lágrimas abrieron el surco de emoción en su rostro. Sin más frases, Palermo volvió a abrazar a sus familiares. Dejó la definición de la noche en la lengua de Maradona. Y el DT argentino lo resumió a su estilo: “Un milagro más en la vida de San Palermo”.