Simplemente fútbol

A un toque

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Quedará por siempre el cuerpo pintado de azul y amarillo. La ovación de su estreno en la Bombonera, con sólo 18 años y una partitura aprendida en Don Torcuato. La mirada engañosa y el pase inesperado a un compañero. La pausa para poner quinta a fondo en su pensamiento. Los caños deliciosos y las pisadas de arte premoderno. El zurdazo magnífico contra Brasil. Los títulos y la despedida de Boca. Y el regreso a Primera con Argentinos para pagar su deuda interna. Quedarán, en fin, las huellas de identidad de Juan Román Riquelme. Se marchó del fútbol tras un recorrido fantástico, irrepetible, inmortal. Y entre esos recuerdos, dejó también una manera de vivir el juego, sin importarle la periferia y los rumores de ciertos periodistas. Fernando Signorini, ex preparador físico personal de Riquelme, entendió como pocos su ADN y destacó ese perfil en el libro El caño más bello del mundo. «Román es el último gran referente en cuanto a un modo de defender la dignidad del jugador. Comprometiéndose con acciones. Él habla sin hipocresía, y eso es lo que muchas veces no se perdona. Él escucha a los que respeta. Y fundamentalmente respeta a los que saben. Su forma de ser molesta, sobre todo en esta sociedad y en este ambiente hecho pedazos. En ese fango, él es un jugador de raza. No cualquiera tiene raza de jugador», opinó Signorini. Se fue, en efecto, algo más que el tótem de Boca o un concepto de la pelota. Se fue un futbolista de vocación. Del cerebro a los botines.

La mirada en la pelota, el pensamiento en una asistencia a un compañero. A los 36 años, Riquelme dejó el fútbol. Foto de : Richard Heathcote/Getty Images Europe / Vía Zimbio

La mirada en la pelota, el pensamiento en una asistencia a un compañero. A los 36 años, Riquelme dejó el fútbol. Foto de : Richard Heathcote/Getty Images Europe / Vía Zimbio

 

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