Por Santiago Tuñez
Está solo ahí, en su despacho. Hace rato que el Palacio de la Moneda dejó de ser custodiado por la policía de Carabineros. Suenan disparos de los militares sublevados, pero Salvador Allende resiste el Golpe de Estado liderado por Augusto Pinochet. Quiere luchar hasta el final en defensa de la constitucionalidad. Toma un teléfono, se comunica con Radio Magallanes y lo enfatiza en su último mensaje. “Tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición», sostiene el presidente chileno y líder socialista. Punto final para su mandato. Poco después, mientras la Fuerza Aérea lanza cohetes contra la mansión presidencial, se suicida con su fusil, regalo de su amigo Fidel Castro. Oscurece en el cielo nublado de Santiago. El dictador Pinochet llega al sillón del poder. Y el cuerpo de un futbolista que entrena con el seleccionado de Chile se llena de silencio. Preocupación. Angustia.
Es Carlos Caszely, el tótem futbolero de Colo Colo en aquellos tiempos. Un rostro cercano a la Unidad Popular y al propio Allende. Lo espera el partido de ida contra Rusia, por el boleto al Mundial de 1974. Nada le importa el destino de la pelota. Camina inquieto por el sonido de las botas militares y los secuestros violentos de los militantes de izquierda. El recuerdo del 11 de septiembre de 1973 queda alojado en su inconsciente. Emerge a cada día. Y a 40 años del Golpe de Estado en Chile, lo cuenta a De Fútbol Somos desde Santiago. “La imagen que tengo de aquel momento es de muchas preguntas y angustia con lo que había pasado. Ese día ocurrieron cosas terribles. Sabía lo que se venía y tenía mucho miedo. No por mí, sino por mis amigos y mi familia. Sabía que estaban en peligro por mis ideas políticas”, expresa en diálogo telefónico.
-¿Esa situación lo llevó a aceptar la oferta del Levante y jugar en la Segunda de España?
–Todos los días había violaciones a los derechos humanos en Chile. Y justo en ese momento, Colo Colo -que venía de ganar el título local y ser subcampeón de la Copa Libertadores– hizo una gira por España. El Levante me ofreció un buen contrato y decidí quedarme en un país que, a diferencia de Chile, vivía la transición de la dictadura de Franco a la democracia. Estaba preocupado por lo que nos pasaba a los chilenos con Pinochet, pero disfrutaba que los españoles pudieran elegir a su presidente.
-Hay documentales y libros que aseguran que el Golpe de Estado se retrasó por los triunfos y las grandes movilizaciones de aquel equipo de Colo Colo. ¿Coincide con ese análisis?
-Totalmente, con Colo Colo ayudamos a que Allende continuara en el poder. Nuestra gran campaña comenzó en marzo de 1973, cuando ya se hablaba de un intento de Golpe de Estado contra el presidente. Cuando Colo Colo sumó triunfos y llegó a la final de la Copa Libertadores contra Independiente, unió a un pueblo chileno polarizado. Lo dice la historia y los libros: cuando jugaba Colo Colo, era el único momento en que se unía el país.
-Salvador Allende solía mostrarse cerca de los jugadores de Colo Colo. Incluso hay una foto en la que aparece al lado suyo en Buenos Aires antes de la final de la Libertadores de 1973. ¿Qué recuerdos le quedaron del ex presidente?
-No tuve una relación de amistad con él, pero sí de admiración porque fue una persona que se la jugó por los más pobres y la gente sufrida de Chile. Era un dirigente político normal, con sus defectos y sus virtudes, que quería que la riqueza estuviera más repartida. Cuando llegó a la presidencia, los jóvenes celebramos porque se había elegido a un socialista por la vía democrática. En su figura, vimos que podían superarse las grandes diferencias económicas y estructurales que tenía el país.
-Así como Colo Colo dejó un buen recuerdo, el partido para llegar al Mundial 74 marcó un momento, porque los jugadores rusos no se presentaron en Santiago. ¿Cuáles fueron los sentimientos que tuvo en ese momento?
-Internamente, tuve sentimientos de angustia y risa nerviosa. El árbitro chileno tocó el pito, Chamaco Valdez y Carlos Reinoso avanzaron con la pelota hasta que Chamaco convirtió el gol que nos llevó al Mundial de Alemania. Fue el partido más ridículo y tonto que me tocó jugar en mi carrera. Además, sabíamos que en el Estadio Nacional había sido un campo de tortura, matanzas y violaciones a los derechos humanos.
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-Después de ese partido, Pinochet los recibió en La Moneda y usted decidió no saludarlo. ¿Cómo tomó esa decisión?
Cuando lo vi venir con sus lentes oscuros y los bigotes, fue como haber mirado a Hitler y decidí no darle la mano. Tenía miedo, pero debía hacerlo. Sentí que representaba a los chilenos que querían vivir en paz y democracia. Cuando caminaba por Santiago, la gente se me acercaba y pedía que los ayudara con sus familiares detenidos o desaparecidos. Eso influyo mucho para que no saludara a Pinochet. Y más aún el secuestro de mi madre. Hasta el día de hoy no sabemos por qué la secuestraron, pero creemos que fue por haber sido admiradora de Allende.
-¿Qué significó en su vida haber participado en 1988 de la campaña y el plebiscito para que la dictadura no continuara en Chile?
– Es una alegría y un orgullo inmenso mirar para atrás y ver que uno fue partícipe del regreso de la democracia a Chile. Me llamaron del Comando del No para leer una pancarta, pero dije que no. Quería dar testimonio de una realidad con mi madre. Y para que el país se enterara de las atrocidades que habían cometido con una mujer linda y maravillosa, grabé la publicidad con mi madre. (aparece a los 3:40 del video). A partir de ese spot, el 9% de los indecisos votó por el No. Mucha gente no sabía lo que había pasado en el país.
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-En sus tiempos de jugador, se autodefinía como el Jimmy Hendrix del fútbol. ¿Lo sigue siendo?
Nooo (risas). Ya no tengo el pelo largo crespo, ahora es todo canoso. También tengo el bigote más canoso, pero me siento más tranquilo para hablar y recodar.
Lo dice en tono relajado. Pausado. Con el recuerdo de aquel 11 de septiembre de 1973 en su inconsciente. Y una canción en sus oídos, Aquella legendaria de Pablo Milanés. Porque en este día, y cada día, Carlos Caszley pisará “nuevamente las calles de lo que fue Santiago ensangrentada, y en una hermosa plaza liberada”, se detendrá a llorar por los ausentes.