Hay festejos interminables en Cataluña. Por tercera temporada al hilo, Barcelona se ha vestido con la ropa de campeón en la Liga española. Y los hinchas blaugranas degustan el champagne de la gloria en las calles. Allí, están todos los culés. Se abrazan, bailan, cantan. Y en cada burla directa al Madrid por el título de Pep Guardiola y cía, sobrevuela su sentido de pertenencia a un pueblo. Una ciudad. Un pueblo.
Nadie como Manuel Vázquez Montalbán, catalán de pura cepa y fanático del Barça, entendió el ADN culé. Y así lo retrató en su libro Fútbol, un Dios en busca de una religión: «Todos los públicos normales y corrientes utilizan a su equipo como médium en el juego espiritista de trabar relación con la victoria o la derrota. El Barcelona también actúa como médium. Pero me atrevería a decir que, después del contacto espiritista con la victoria o la derrota, queda un ulterior contacto, tan sutil que permanece en el nivel del presentimiento, pero sin duda evidente para cualquiera que haya estado en Cataluña no sólo de paso. El médium estable contacto, nada más y nada menos, que con la propia historia del pueblo catalán».