Del Bosque y la fuerza del cariño

A un toque

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Hace casi un mes, España dio el grito sagrado en el Mundial. Y Vicente del Bosque, el padre de la criatura, quedó en el centro de la escena. Su filosofía futbolera fue destacada aquí, allá, en todas partes. Sin embargo, poco se dijo del otro lado de su vida. Aquí, el perfil de un hombre sensato y afectuoso con uno de sus tres hijos, en un extracto de la entrevista con el diario El País.

-Se ha puesto de manifiesto su relación con Alvaro, su hijo con síndrome de Down. Un  profesor de la Complutense me ha contado esta historia. Antes del Mundial le regaló a un muchacho mexicano una camiseta de la selección española. El chico se la puso desde el inicio del Mundial y ahora es su tesoro más preciado, es el muchacho más feliz del barrio. Lo que me dijo el profesor es: «No sabe Del Bosque el favor que le ha hecho a muchísima gente en todo el mundo manifestando ese afecto por su hijo Alvaro…»

Sí, me he dado cuenta… Pero lo que sucedió con Alvaro después del Mundial, en la celebración, no fue algo preparado, fabricado. Mi hijo el mayor lo llevó a La Moncloa para recogerlo al salir de allí y llevarlo en el autobús. Eso sí se lo prometí. Pero no creí que fuera a tener ninguna trascendencia. Le pregunté a Segundo, el jefe de seguridad de La Moncloa:  «¿Ha llegado ya mi hijo?». Y me contestó: «Tranquilo, que su hijo ya está con Zapatero». Y yo me quedé tranquilo. Cuando llegamos a La Moncloa, lo vi allí. Pero fue todo espontáneo. Luego, claro, te das cuenta de que hay familias con discapacidades muy duras, difíciles, y creo que es bueno para todos relativizar esas situaciones. Para nosotros, no ha sido ningún sufrimiento.

-Su tranquilidad ante el éxito y el fracaso tendrán que ver con ese aprendizaje.

Seguramente que eso nos ayudó a poner las cosas en su sitio. Cuando nació fue un dolor, pero a los pocos días nos dimos cuenta de que era un niño como los otros. De hecho, lo tratamos como un niño más, como a un hermano más. Si su madre le tiene que echar bronca, se la echa igual, aunque a él no le gusten ni los alborotos, ni las broncas ni las voces.

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