DONDE VIVEN LOS RECUERDOS

A un toque

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Eduardo Galeano había realizado la prueba y experimentado sus efectos. «¿Ha entrado usted, alguna vez, a un estadio vacío? Párese en medio de la cancha y escuche. No hay nada menos vacío que un estadio vacío. No hay nada menos mudo que las gradas sin nadie», retrató el escritor uruguayo en su imprescindible El Fútbol a Sol y Sombra. Quizás, sí haya algo más deshabitado y silencioso: un predio sin fanáticos, ni tribunas, donde alguna vez hubo una cancha.

Almirante Brown y La Roche, pleno centro de Morón. Nada queda del estadio Francisco Urbano. Hace rato que no se escuchan gritos de gol y hits en el cemento. Hay, en cambio, ruidos y postales de centro comercial, mientras se proyecta la construcción de edificios para viviendas y oficinas. La escenografía futbolera viajó unas diez cuadras y se alojó en una nueva cancha, sobre la avenida Hipólito Yrigoyen. Allí, los hinchas de Morón festejaron el ascenso a la B Nacional una noche helada de este otoño. El desahogo después de 17 años de estadía en la B Metropolitana.

Los recuerdos, sin embargo, gambetearon la mudanza. Siguen ahí, en el viejo estadio del Deportivo Morón. Y eso que pasaron más de cuatro años desde el último partido jugado sobre su césped. Fue derrota contra Acassuso 1 a 0 y miles de hinchas eligieron despedirse esa noche de la cancha inaugurada en 1956. Entre ellos, el escritor Eduardo Sacheri, hincha de Independiente y vecino de la zona, que tenía archivadas señas de identidad en una de las populares.

«El tipo se pone de pie. Echa un último vistazo alrededor (…) Empiezan los fuegos artificiales. La gente canta. El tipo se seca por última vez las lágrimas. Baja los 15 escalones de una cancha a la que no va a volver nunca más (…) Al final entiende que sí. Esa es «su» cancha, también. Suya porque ahí conoció el fútbol. El fútbol de verdad. Ese que tiene colores y sonidos que no hay en ningún otro lugar del mundo. Y porque lo conoció de la mejor manera. En un sábado del 74 o del 75. En un Morón 3, Flandria 1. Y de la mano de su papá», tecleó Sacheri, desde el alma, en una crónica publicada en El Gráfico.

Así como el autor de La Pregunta de sus Ojos, gran cantidad de hinchas de Morón dejaron sus huellas en Almirante Brown y La Roche. Una tarde de sábado, un triunfo memorable, una frustración cuando el ascenso estaba ahí nomás. Ni siquiera el viaje de regreso a la B Nacional pudo pulverizarlas. Se entiende, entonces, que unas manos prolijas hayan vuelto días atrás a ese lugar para darle forma a esta pintada emotiva. Fantástica. Imborrable.

 

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