Santiago Tuñez Author
El fin de la eternidad
«Ese señor es al que más admiro. Llegó conmigo el mismo año, aunque para él fue más fácil, porque no tiene arcos». Julio Grondona contempló su imagen junto a Juan Pablo II y soltó la frase surrealista a su biógrafo. La historia, publicada en el libro El dueño de la pelota, de Ariel Boreinstein, simbolizó su mandato eterno en la AFA. Desde el sillón de Viamonte al 1.300, observó diferentes impactos ocurridos en los últimos 35 años. Vio, por ejemplo, los papados del propio Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, con quien se había reunido hace un año en Roma. Llegó con la dictadura militar y atravesó todos los gobiernos democráticos, desde Alfonsín a Cristina Fernández. Con la Presidenta, incluso, fue socio intelectual y material del acuerdo de televisación de Fútbol para Todos. Reelegido nueve veces, siguió de cerca el despegue de Diego Maradona, su camino a la gloria y un cortorcuito en el que –irrespetuoso y desagradecido- lo tildó de mufa. Ya llevaba ocho años de liderazgo en la entidad y se acercaba al Comité Ejecutivo de la FIFA, cuando Lionel Messi nacía el 24 de junio de 1987 en Rosario. De Menotti a Sabella, impuso condiciones y consejos a diez entrenadores de la Selección. Lo mismo que a diferentes generaciones de futbolistas, desde Passarella hasta Mascherano. Una insuficiencia cardíaca le impidió completar el último mandato, tal como había anunciado meses atrás. Enfermo de poder, murió Grondona. Ya no verá más impactos desde la primera fila de la AFA y la FIFA. Es la hora de la renovación tan reclamada en el fútbol nuestro. Nada (y nadie) es para siempre.

Julio Grondona murió a los 82 años, después de más de tres décadas como presidente de la AFA. Foto de la Agencia de Noticias NA
Siempre estaré a tu lado
Cada pregunta buscaba aguijonear a Carlos Bianchi. La sugestiva falta de opinión de Juan Román Riquelme y las críticas de su padre viajaban en las consultas. El DT de Boca entendió las intenciones de la rueda de prensa y movió la pelota con inteligencia. «Si esperan que diga algo negativo de Román, no lo voy a hacer. Estoy tranquilo con lo que hice y le deseo que pueda subir con Argentinos. Y que siga jugando como únicamente él juega», manifestó el entrenador, en medio de los efectos colaterales por la salida de JR. Enseguida, apuntó hacia el perfil humano de Riquelme. «Vivimos muchos años lindos juntos y aprendí mucho del ser humano que es Román. De los valores bien anclados y eso me lleva a una admiración por su persona», remarcó Bianchi. Y mientras desarmaba el juego periodístico, concluyó: «Román es único, es irreemplazable. No siempre salen estos tipos de jugadores. El día que deje de jugar no habrá otro como él». Ese pensamiento sintonizó con las palabras que expresaba hace 15 años. Después de lograr el Clausura 99, el DT de Boca soltaba elogios hacia el 10. Revelaba sus primeras charlas y el salto futbolístico de Román. Viaje al archivo para recordar y disfrutar.
Un ejemplo de talento urgente
Domingo 21 de mayo de 2006. Un adolescente colombiano, de 14 años, se viste de futbolista y sale a su estreno en la Primera B. Tiene el cuerpo pequeño envuelto en la camiseta de Envigado Fútbol Club y una ilusión deja de revolotear en su inconsciente. La fantasía, ahora, es cierta. James Rodríguez vive su debut como jugador profesional. Entra en acción a los 21 minutos del segundo tiempo y poco le importa la derrota contra Cúcuta 2 a 1. Acaba de pisar una ruta vertiginosa, directa al éxito. Y de ahí en más, nunca dejará de hundir el pie en el acelerador. En ocho años y dos meses, viajará hacia el fútbol argentino, será el jugador extranjero más joven en debutar en esa liga y dará el grito de campeón con Banfield. Después apuntará sus coordenadas al Porto, de Portugal, donde sus asistencias y goles lo llevarán a lograr tres torneos locales, otras tres supercopas del país y la Uefa Europa League. Más tarde le pondrá glamour a su carrera, dado que Mónaco pagará 45 millones de dólares por su pase. Nueve goles y 12 asistencias en 34 partidos de la Liga 1 lo coronarán como el mejor nombre del torneo. Y el gran despegue, finalmente, ocurrirá en el Mundial de Brasil. Con seis goles en cinco partidos, igualará el récord de gritos de Pelé en su primera Copa del Mundial y se quedará con el Botín de Oro. Todo, con sólo 23 años. Así es James Rodríguez. Un ejemplo de talento urgente, que ahora mira el mundo desde Real Madrid. Nada más. Nada menos.
El dueño de la pelota
Dijo no querer hablar sobre Carlos Bianchi, a quien hace unos meses sentía «como un padre». También elogió a Bichi Borghi y, en un viaje vertiginoso, lo llevó arriba de todos los técnicos de la Argentina. Y en tono convencido, soltó frases de agradecimiento a Argentinos por haberle dado el pan de cada día a su familia. Juan Román Riquelme volvió al hogar de sus inferiores y, el recorrido de diferentes nombres, mencionó a Carlos Balcaza. Un personaje que colaboró en el horneado de su talento. Lo dirigió en la Octava y Séptima del Bicho, en aquellos días en que JR enfocaba sus ojos en Fernando Galetto y José Luis Villarreal. Lejos de pensar en adherir el 10 en su espalda, le fascinaba moverse como volante central. Era un 5 de alta costura. El dueño de la pelota.
«Algunos me decían que lo tenía que poner de enganche, porque le faltaba marca. Pero lo ponía de volante central porque desde ahí manejaba el partido y obligaba al diez rival a que lo marcara a él. Era un cinco como Gorosito en sus primeros años de River, un cinco lujoso que cambiaba de frente, metía pases de gol y se cansaba de tirarle pelotazos exactos a los delanteros«, recordó Balcaza, tiempo atrás, en la revista Mística. Y con los ojos en el pasado, aportó otra fotografía de Riquelme en las inferiores de Argentinos: «En la final de un torneo que jugamos en Italia, nos enfrentamos al Borussia Dortmund, que tenía una dinámica bárbara. Ahí lo puse de diez, pero enseguida empezó a hacerme señas para volver a jugar como cinco. Retomó su posición y marcó el gol que fue clave para que saliéramos campeones».
Ecos que no volverán…

Los rostros de Sabella y Messi retratan la frustración argentina tras la derrota contra Alemania. Foto de Jamie McDonald/Getty Images South America / Vía Zimbio
Por Geoff Hernández (@geoffhernandez)
1- Si tan solo hubiese entrado esa, Pipa. Si tan solo hubieses sido vos, Leo. Si tan solo la torpeza de Palacio se hubiese tomado un día libre. Sin tan solo. Lo más curioso de todo fue que el mejor partido de la Argentina llegó contra el rival más fuerte. Otra teoría acertada. Mientras más fuerte fuese el rival, mejor responderían. A Los hermanos del norte no se los perdona, ni se lps deja vivo. Te aniquilan si lo haces, y así ocurrió. Los alemanes terminaron exigidos al máximo y apelando a la frescura física para poder derribar un muro de esperanzas y de buen funcionamiento liderado por el eterno Mascherano. Goetze, de no ser nada ni nadie, a serlo todo.
2- La lesión de Khedira lo cambió todo. Alemania, sin el 6, es otra máquina no tan perfecta. Kroos fue el que más sintió la ausencia de su socio. Tomó responsabilidades más altruistas, realizando movimientos que liberaran a un imperial Schweinsteiger, que fue el héroe del día. Toni no tuvo espacios. Toni no participó. Bastian lideró a los dirigidos por Joachim Löw, se trajeó de Muller, y se convirtió en Capo. Los hizo jugar a todos, desnudó a Rojo y a Biglia. Él solo. El culpable de la paciencia teutona fue él. Partido que jamás olvidará. Continue Reading
Multiplicar es la tarea
Por Santiago Tuñez (@defutbolsomos)
¿Qué queda detrás de la derrota contra Alemania? Un equipo. Nada más, nada menos. La Argentina llegó a Brasil con el cartel de favorito, sobre todo, por el alto voltaje de juego y efectividad de sus Cuatro Fantásticos. Un mes después, se marchó con el segundo puesto, gracias a un andamiaje sin fisuras. Lejos quedaron sus días de desacoples y falta de firmeza en la defensa. Sólo recibió un gol en los últimos cuatro partidos, con tres tiempo suplementario incluidos. Y en esa imagen fortalecida, hay nombres para resaltar con tinta fluorescente. Ahí está Romero, con sus manos de acero y el recuerdo de los dos penales tapados contra Holanda. También, Ezequiel Garay, el propietario del área, tanto en la cancha de arriba, como en la de abajo. Y Mascherano, por supuesto. El capitán sin cinta que bombea sangre y esfuerzo en cada cruce. El líder que, merecidamente, dejó de comer mierda en la Selección. Se disfrutaron, a su vez, los cuatro goles de Messi en la primera fase, aunque seguirá el gusto agrio por su liderazgo desangelado en las semis y la definición de la Copa del Mundo.
La obsesión de siempre
-¿Una meta?
-Ganar muchos títulos.
-Ganar le gusta mucho…
-Cuando ganás, estás contento; cuando perdés, estás siempre mal y pasás el tiempo pensando dónde y cómo has fallado. A mí nunca me gustó nada perder, desde bien chiquito.
-¿Un sueño?
-Ser campeón del mundo con la Argentina.
La última respuesta, a cargo de Lionel Messi, fue certera. Una definición de honestidad brutal. La soltó hace seis años, en una entrevista con el periodista italiano Luca Caioli, para su biografía El niño que no podía crecer. Y en este tiempo, la Pulga convivió con esa obsesión en su envase de 1,69 metro. Fue un coleccionista de éxitos con Barcelona, en el que festejó -entre otros títulos- seis ligas de España, tres Champions League y dos mundiales de Clubes. Es más, la temporada 2012-13 lo encontró como un gran perforador de redes, con 91 goles en total, un hito en la historia del fútbol. Y el Balón de Oro llegó a sus manos cuatro veces consecutivas (2009-2012). Sin embargo, la fantasía de lograr un Mundial, vestido de celeste y blanco, sigue alojada en su inconsciente. Late todo el tiempo. Ni siquiera le quitaron intensidad el Mundial Sub 20 conseguido en 2005 y la medalla de oro obtenida en los Juegos Olímpicos de Beijing 2008. Messi sueña un sueño posible. La fecha, y su ilusión, dan vueltas y vueltas. Domingo 13 de julio de 2014. El día que, en el pensamiento de Messi, puede ser un gran día.
Cambio de trama
Cada selección tiene su libro de aventuras. En sus páginas pueden leerse capítulos de introducción, esos que permiten conocer a los protagonistas y su estado de ánimo por los resultados. Y de pronto, todo cambia en la trama. La obra se mueve hacia otras coordenadas. La Argentina entiende de este tipo de obras vertiginosas y, a la espera del final de las ventas, recuerda la página en que modificó su argumento. Ocurrió el 15 de noviembre, en el calor de Barranquilla. Después de la derrota contra Venezuela en Maracaibo y el empate ante Bolivia en el Monumental, Sabella redactaba con preocupación. Un sudor frío recorría su cuerpo por ambos resultados y, para colmo, la Selección perdía con Colombia 1 a 0 al cierre del primer tiempo. Entonces, el DT cambió la línea del libro celeste y blanco. Entre los gritos de dolor de Nicolás Burdisso por la rotura de ligamentos, movió fichas en su tablero verde: afuera Cholo Guiñazú, adentro Kun Agüero, y José Sosa unos metros más adelante. Y en ese momento, el tomo del ciclo Sabella asomó en las principales editoriales.