A SANGRE FRÍA

No te olvidés

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Se habían conocido allá por 1992. Uno era entrenador de las inferiores de Argentinos Juniors. Y el otro, un adolescente de Don Torcuato que horneaba su talento con los juveniles del club. Algo atrapó el interés de José Pekerman: la inteligencia de Juan Román Riquelme para simplificar el juego. Sus pases exactos a los laterales, junto con la lectura de los espacios para asistir a los extremos y los goleadores. Ese estilo lo llevó a comprar enseguida las acciones del 10. Hizo una apuesta por su identidad y cobró en efectivo.

El premio de la sociedad llegó un día como hoy, allá por 1997, en Malasia. Y la fortuna sobre el césped fue el título del Sub 20; el segundo de los tres logrados por Pekerman desde el banco. Un éxito con Pablo Aimar, Cuchu Cambiasso, Walter Samuel, Lionel Scaloni, Diego Placente y Bernardo Romeo, entre otros nombres destacados. Una generación dorada, hoy añorada en tiempos desprolijos, con Riquelme como dueño de los hilos y tótem del equipo.

Así como compró sus acciones desde los tiempos en Argentinos Junios, Pekerman fue -también- el rescatista de un Riquelme que sumaba minutos en Boca. El DT se diferenciaba de Bambino Veira y elegía no desgastarlo con su despliegue por el carril izquierdo. En cambio, le devolvía el aire y entregaba el GPS del Sub 20. Y los resultados de esa decisión aparecían pronto. En aquel Mundial de Malasia, el 10 brilló con la pelota y convirtió cuatro goles (tres de penal) en siete partidos.

Del triunfo contra Uruguay en la final, a Pekerman le quedó una historia indeleble. Un mensaje de palabras contundentes. Una promesa real. Así lo recordó tiempo atrás en una columna para el diario El País: «Desde el banco lo veíamos todo negro. Los jugadores estaban perdidos. Pero en el momento de más desorientación ocurrió algo extraordinario. Román se acercó a la banda y me dijo: ‘Tranquilo, tranquilo, que ahora empiezo a jugar’. Entonces comenzó a pedir la pelota. Y con la pelota fue cambiando el ritmo del partido. En el momento de mayor desconfianza, cuando el equipo se había dejado atrapar por la inseguridad, Román tuvo claridad, convicción y sangre fría».

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