Inmortal. Como las letras de sus cuentos y los remates de sus dibujos. Eterno. Como sus observaciones lúcidas y su olfato para percibir lo popular en el contacto con el hombre común. Infinito. Como su sentimiento por Rosario Central. El Negro Fontanarrosa murió allá por el invierno de 2007. Se despidió en cuerpo y alma. No en las historias ingeniosas de sus libros. Tampoco en los recuerdos del inconsciente colectivo. En el diario de hoy se habla de su mito, al cumplirse 70 años de su nacimiento. Y más aún, cuando Central recorre la sala de espera para jugar una final. Será contra Huracán, por la Copa Argentina. Y entre los cuerpos con el corazón azul y amarillo, el aliento del Negro sonará desde el cielo. Habrá pasión en cada uno de sus cantos, de sus movimientos de brazos, de sus gritos. Y el fanatismo se entenderá, sobre todo, por aquella descripción que hizo en un cuento dedicado a su vida junto al Canalla. Va un extracto de Mi historia con Rosario Central. A la memoria de Fontanarrosa y su sentimiento futbolero. Ahora y siempre. Qué lo parió.
Hace algún tiempo escribí, en una pieza literaria sinceramente inmortal: ‘Rosario Central no tiene historia. Tiene mitología’. Y esto es así porque sus orígenes, sus avatares y sus formidables campañas están siempre fluctuando entre la realidad y la fantasía, lo palpable y la ficción, lo comprensible y lo inexplicable.
¿Cómo no ser hincha, entonces, de un equipo así? ¿Acaso puede evitar, un intelectual sólido y sensible como quien esto escribe, ser captado, atrapado y seducido por una divisa que desde la realidad más palmaria y comprobable se dispara hacia la exageración y la desmesura? Todo es increíble, todo es sospechoso, mis amigos, en los relatos partidarios de hechos inusitados, de hazañas que rozan lo inconcebible, lo fantasioso y la imaginación pura.