Cuando la cabeza manda

La pelota viaja a la red y Tevez le da la Selección el pase a las semis de lla Copa América. Es tiempo de revancha. Foto de Luis Acosta / Agencia AFP
Por Santiago Tuñez
Anochece en Fuerte Apache. La melodía de una cumbia musicaliza el primer piso de la Torre 1. Una familia se acerca a la mesa y comparte el menú austero. El final del día parece traer relax, hasta que la banda de sonido cambia de ritmo. Se oyen corridas, gritos desesperados, disparos… Segundo Tevez y Adriana Martínez toman de la mano a sus hijos y uno de sus sobrinos. Escapan a una de las habitaciones del departamento, mientras el fogonazo de las balas relampaguea en la oscuridad. Al rato, el temor se disuelve y la rutina vuelve a galopar con tranquilidad. La escena queda alojada en uno de los chicos. Templa su carácter para siempre.
“La vida era así en el Fuerte. Aunque supieras que no era normal, ni estaba bien, te acostumbrabas a eso”. Carlos Tevez recuerda, años después, esa fotografía de la infancia junto a sus tíos maternos. No hay casualidad en la elección. Las dificultades, como aquellos días en el complejo habitacional, inflan su ánimo. Ya no tiene los pies descalzos, ni patea piedras en una cancha sin pasto, pero su esencia mantiene aquella pureza. Nada lo hunde en los momentos turbulentos. El delantero se fortalece hasta llegar al triunfo personal. Es, en efecto, un corazón rebelde. Continue Reading
Fe, suerte y coraje
Dice estar tranquilo por la marca que dejó en celeste y blanco. No habla de títulos, tampoco de partidos alojados en el inconsciente colectivo. Nada de eso. Diego Simeone asegura que su huella en la Selección fue haber acelerado de principio a fin. «No paré. Y jamás me voy a arrepentir. ¿Quién me aseguraba que si me tomaba vacaciones iba a jugar bien? Nadie. Primero jugué la Copa América del ’91. Después me quedé fuera de los Juegos Olímpicos ’92; entonces ahí sí, en julio fueron mis únicas vacaciones. Luego vinieron la Copa América ’93, las Eliminatorias de ese año, el Mundial ’94, la Copa América ’95, los Juegos Olímpicos ’96, las Eliminatorias ’97, el Mundial ’98, la Copa América ’99, las Eliminatorias 2000 y el Mundial 2002«, cuenta el técnico de Atlético de Madrid en el libro Por amor a la camiseta. Y en ese viaje sin escalas, hay un gol que define el ADN de Simeone. Fue contra Colombia, en la primera fase de la Copa América ’93. Cholo, que dos años antes le había convertido en Chile, se levantó y anduvo después de un choque con Oscar Córdoba. Y desde un ángulo complicado, le dio el mejor destino a la pelota. Un grito que retrató su eslogan. Aquel de que «en el fútbol, como en la vida, hay que tener tres cosas: fe, suerte y coraje».
Gracias por venir, gracias por estar
Cien partidos en la Selección. Una cifra simbólica. Contundente. Brutal. Messi llegará a ese número en la Copa América de Chile y lo festejará contra Jamaica. Será como capitán argentino, una fotografía que demuestra su proceso de crecimiento. Y a casi diez años de su estreno en celeste y blanco, contra Hungría, cuando sólo estuvo 92 segundos en el césped por una expulsión insólita. Su cantidad de encuentros deja, también, ciertas lecturas. El 10 argentino atravesó generaciones de futbolistas y ahí está, líder del plantel por acciones, y no por palabras. Jugó, por ejemplo, con Zanetti y Ayala, los dos nombres con más partidos en el seleccionado (145 y 115, respectivamente). También compartió cancha con Sorín, Heinze y la Brujita Verón, su hermano mayor en los planteles. Y escuchó discursos de seis entrenadores. De Pakerman a Martino, pasando por Coco Basile, Maradona, Checho Batista y Sabella. El hombre que lo contuvo y mejor lo entendió en la Selección. Tanto, que diseñó un sistema favorable a Messi, lo potenció y resultó clave para que alcanzara el reconocimiento de los hinchas. Y alguna vez, dejó una frase que sirve para conceptualizar al rosarino y sus 100 partidos con la Argentina: «En vez de pensar si no puede hacer las cosas mejor, tenemos que dar gracias que lo tenemos. Y tenemos que aprovecharlo. Seguramente sin él estaríamos peor».
Soy tu fan
Escribió Diego Latorre, antes del comienzo de la Copa América, en el diario El País: «Argentina tiene necesidad de Pastore. Un hombre creativo con despliegue en mitad de la cancha, capaz de romper líneas y darle ritmo al juego. Alguien que libere a Messi de cargas que limitan su acción por debajo del radio de 30 metros del arco rival». Y al cabo, el futbolista de París Saint Germain cristalizó esas palabras. Una pincelada suya, con pase pulverizador de líneas incluido, fue vital para el triunfo de la Selección contra Uruguay. Respaldado por Tata Martino, el cordobés se hizo cargo de la pelota y generó juego. Y en algunos movimientos, desempolvó las fotografías de Juan Román Riquelme. Claro, Pastore es admirador serial del ex 10 de Boca. En las inferiores de Talleres, según relató el periodista Cristian Grosso en el libro Futbolistas con historia (s), viajó a Villarreal para participar de un scouting y en su inconsciente había una sola obsesión: posar junto a Riquelme. Lo logró, finalmente, y esa imagen habitó durante varios años en el portarretratos de su familia. Y en 2009, luego de un partido en la Bombonera, el ex enganche de Huracán recibió la camiseta número 10 xeneize en el vestuario. Nada es casual, entonces, en los firuletes y los pases de Pastore. En su cuerpo habita un gen. El gen riquelmista.

Pastore y su fina estampa para soltar el pase ante la marca del uruguayo Alvaro Pereira. Foto de Martín Bernetti / Agencia AFP
La costumbre del Kun
Ya no se trata sólo de su hábito de firmar la red. Ese que días atrás lo encontró como goleador de la temporada 2014/15 en la Premier League. O que hace años le hizo un espacio permanente en la Selección. La historia va más allá. Es algo personal, definitivamente. Sergio Agüero ve la camiseta de Paraguay y enciende aún más su ánimo. Lo demostró, primero, allá por septiembre de 2008, en el Monumental. La Argentina perdía 1 a 0 contra el equipo que dirigía Tata Martino, hasta que el delantero facturó una conexión entre Riquelme y Messi para convertir el empate. Cinco años más tarde, el 10 argentino bajó un centro, Agüero acomodó la pelota con el pecho y su definición marcó diferencias. Fue en un partido que el seleccionado goleó 5 a 2 y le imprimó su ticket al Mundial de Brasil. Y en el comienzo de la Copa América, el ex Independiente le dio continuidad a su sana costumbre. Messi presionó a Samudio, lo obligó al pase atrás y Agüero, con gambeta incluida al arquero, golpeó otra vez a Paraguay. Un rival que, a esta altura, lo ve y tiembla.

Agüero festeja su gol contra Paraguay en la Copa América. El delantero ratificó su sana costumbre ante este rival. Foto de José Brusco / Agencia NA.
«Me salió bien, ¿no?»
«De tres cuartos de cancha para adelante, Messi tiene que tener libertad por todos lados. Libertad de inventar, de jugar como sabe, de encarar, de gambetear, de volar. Los grandes jugadores tienen que volar». Allá por julio de 2007, Alfio Basile y su voz de trueno evitaban darles tarea extra al crack de Barcelona. Nada de molestar al dueño del pincel. Y el artista entendía ese mensaje a la perfección. Rodeado por Cuchu Cambiasso, la Brujita Verón, Riquelme y Tevez, el rosarino trazaba obras para el recuerdo. De aquella Copa América en Venezuela, ninguna como su creación en las semis contra México. Inolvidable. Eterna. Con la camiseta 18 en su piel, facturó el pase de Tevez, vio al arquero Oswaldo Sánchez y calibó su pegada. El toque quirúrgico hizo una parábola preciosa y autografió la red. Golazo. Para cerrar el estadio, como propuso Basile desde el banco. Para irse de la cancha, como opinó Hernán Crespo a unos metros del DT. «¿Si fue el gol más lindo de mi carrera? Puede ser, hice varios, como aquel al Getafe. Todos dicen que estuvo muy bueno; yo vi al arquero adelantado y me la jugué», respondió Messi, el día después del triunfo, con su habitual perfil bajo. Y más atrevido, cerró: «Me salió bien, ¿no?»
El chico de la pensión
Ya está. Se acabaron las versiones periodísticas, los clubes interesados y las cotizaciones en alza. La Juventus anunció la contratación de Paulo Dybala. Pagó 32 millones de euros por cinco años, con posibilidad de llegar a los 40 millones, según las condiciones del vínculo. Los 13 goles convertidos esta temporada en Palermo, donde había llegado a mediados de 2013, fueron el ticket de viaje hacia Turín. Su pase, el octavo más caro de la historia para un argentino, será un punto brillante en la vida futbolera del delantero cordobés. Y más allá del glamour de la Vecchia Signora, recordará sus días en la pensión de Instituto. Siempre estarán en su inconsciente. De aquellos tiempos repasamos esta nota que el periodista Marcos Villalobo publicó el 1º de agosto de 2011, en el diario La Mañana, de Córdoba. Pasen y lean…
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Por Marcos Villalobo (mjvillalobo)
Tenía 10 años y venía junto a su papá desde Laguna Larga a entrenar con los equipos infantiles de Instituto. Desde pequeño se destacaba por su habilidad, y por ende no tardó en afianzarse en el club como una de las promesas de la institución y a los 15 años decidió venirse, con la valija llena de ilusiones, a vivir a Córdoba. Pasaron dos años de aquella elección, y hoy Paulo Dybala ya entrena con el plantel profesional que se prepara para disputar la B Nacional, e incluso el entrenador Darío Franco lo está probando en el equipo titular. Esta es la historia del pibe que entrena y vive en la pensión.
Dybala nació en Laguna Larga el 15 de noviembre de 1993, es decir que tiene 17 años. Por tal motivo, todavía está cursando el secundario en el IPEM 121 del barrio Jorge Newbery, donde hoy tendrá que presentar el certificado que justifique su ausencia durante la semana pasada. Aunque el motivo es conocido: hizo la gira por Buenos Aires con el plantel de Instituto, hoy sus sueños de jugar en Primera están cada vez más cerca. Continue Reading