Lección de honor

A un toque

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El conteo regresivo se acerca a su momento final. Ya está, quedan pocas horas. Asoma el día del superclásico. Boca y River jugarán este domingo en la Bombonera. Los recuerdos vuelan en el inconsciente colectivo. Hay escenas de diferentes tiempos. La historia, claro, devuelve capítulos del siglo pasado. Y el primero de ellos, en el profesionalismo, se grabó allá por 1931. No existen registros fílmicos, pero así asoma la crónica de El Gráfico. Papeles arrugados y fotografías en cepia de un partido jugado en un “ambiente irregular y desagradable”. Leamos, pues, aquella lección de honor.

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Muchos aficionados, ansiosos por no perder el plato fuerte que les ofrecía el clásico match ente Boca Juniors y River Plate, los tradicionales adversarios de la Boca y protagonistas del actual certamen de profesionales, fueron desde las 10 al field de Brandsen y Del Crucero, para tomar cómoda ubicación. El objeto del adelanto no era otro que ése, que no era posible suponer que lo constituía el deseo de sacarle el jugo a los cincuenta, viendo también los matches preliminares. Todo el interés radicaba en el partido principal y de ahí la molestia de la larga espera. Sin embargo, ese público estoico que arrostra cuanto obstáculo o contrariedad que se le presenta, con tal de satisfacer sus deseos, se vio defraudado, por cuanto de un espectáculo que se le prometía de hora y media, sólo presenció 25 minutos, sin que se le devolviera íntegramente o en parte proporcional el importe que abonó para ver un match entero.

¿Cuál fue la causa que motivara esta anormalidad de la que, a la postre, vino a resultar víctima el público?

He aquí una pregunta cuya respuesta nos será dad por todos en la misma forma, ni aun por aquellos que presenciaron el cotejo. Y hasta nos atreveríamos a decir que la mayoría atribuirá la culpabilidad principal al referee que pública y notoriamente es otra víctima propiciatoria del ambiente en que actualmente, y desde hace años, se desenvuelve el fútbol.

Queda dicho con lo que antecede que, a nuestro juicio el culpable casi exclusivo de estas anormalidades es el ambiente creado por la falta de tacto y energía de los directores del deporte. Los desmanes de los hinchas son amparados por los dirigentes. Los actos de indisciplina y falta de respeto a la autoridad de los referees, son también protegidos por los dirigentes, y de la impunidad y aliento al pequeño núcleo primero y al más grande después, de los espectadores y players incorrectos, ha nacido el ambiente de desagrado, de acritud, de intolerancia y desborde de apasionamiento, que hace crisis a cada momento en los fields y determina la irregularidad en la marcha del fútbol, de la que todos se quejan, pero sin que nadie se sienta culpable ni piense en la necesidad de corregirla con espiritu sano y amplia visión de las cosas.

Lo ocurrido en la Boca.
(…)

En el partido de primera, por un claro foul de Balvidares a Varallo, en circunstancias en que éste se dirigía en impresionante dribbling hacia el goal de River, el referee Escola acordó un penalty, reglamentariamente bien acordado, no obstante lo cual fue protestado en forma airada por varios jugadores visitantes. Luego, el penalti-kick se ejecutó y necesitó Varallo realizar tres tentativas para vencer la magnífica resistencia de Iribarren. Acordado el goal, también reglamentariamente, el referee fue otra vez rodeado por los jugadores de River Plate, que pedían su anulación en mérito a imaginarias infracciones. Ahí terminó el match, en forma bien anormal por cierto, pues el árbitro se dirigió a la casilla y ya no volvió a salir de ella.

 

(…)

Según el referee, había individualizado por haberlo agredido a puntapiés a Balvidares, Lago y Bonelli y, ante tal seguridad, exigía como era lógico- la expulsión de la cancha de los tres jugadores. El capitán de River se negó a ello sosteniendo que la ausencia de esos tres hombres determinaba de hecho la imposibilidad de continuar jugando. ¿Qué solución cabía, entonces? ¿Permitir que se continuara el juego con los agresores? Imposible, por cuanto vulneraba el principio de autoridad del referee y quedaban sin castigo los que habían cometido una falta gravísima, severamente castigada por los reglamentos de la Liga.

Hubo cabildeos en una habitación, en la que se congregaron dirigentes, referee y jugadores.

El referee no estaba ni lesionado ni sentía dolores que pudo determinarle la lesión de que fue objeto, pero insistió y se mantuvo firme en este sentido de que la agresión se había producido y estaba seguro de quienes habían sido los autores.

Los dirigentes de Boca y River se limitaban a pedirle la continuación del match en homenaje al público, sin hacer cuestión de la incidencia que determinó su suspensión. Un representante de la municipalidad también se dirigió a Escola en igual sentidoy se lo pidió en homenaje a la comuna de Buenos Aires. El referee a todas estas sugestiones, respondía invariablemente que no tenía inconveniente, pero ponía como condición indispensable el retiro de los tres jugadores.

Fue llamado Juan Carlos Iribarren, quien se notificó de la decisión del referee y al conocer sus pretensiones, se retiró sin dignarse siquiera a contestar. Entre tanto en las tribunas, bullía la impaciencia y se insinuaban las protestas más reciamente. Un oficial de policía se ofreció a traer a los sindicados como autores de la agresión y éstos penetraron después en la habitación y se alinearon:

-Ustedes tres me han dado puntapiés -dijo el referee.

-Usted miente, afirmó Bonelli.

-Usted me acusa porque se le antoja – dijo Balvidares.

-¿Cómo pude agredirlo yo – dijo Lago – si no soy de este país? Como extranjero, me cuido mucho de meterme en líos.

-Ustedes dirán lo que quieran -insistió el refeee, -pero yo los vi bien y no admito excusas y discusiones. Si se retiran del field, sigo el match, si no, esto ha terminado.

Las sugestiones de los dirigentes, del representante municipal, del capitán y los jugadores de River Plate, chocaron así contra la inflexibilidad de un referee que se escudó dignamente tras el principio de dignidad de su investidura.

Fuera del apasionamiento y de las simpatías hacia uno y otro bando que pudieran existir, para no comprender sin prejuicios la situación de Escola, es indudable que su actitud merece el elogio, sin reticencias, de los aficionados. Si los referees procedieran con la misma decisión para mantener incólume su condición de única autoridad en los fields y no se dejaran influenciar perniciosamente por los rumores de las tribunas y la presión de los dirigentes, se habría ganado mucho en prestigio del deporte y en beneficio de la normalidad de lo espectáculos de fútbol, el cual repercutiría favorablemente aun para los mismos que tanto se empeñan en protestar y discutir estas dignas actitudes.

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