Podría explicarse desde el oportunismo de River en el grito de Pisculichi. O por el convencimiento de Ponzio y cía para raspar y quedarse con el cuero en cada jugada. Incluso desde las decisiones de Gallardo para mover el joystick. Nada de eso. El triunfo de River y su despegue a la final de la Sudamericana se entienden por un momento. Un instante. Un segundo. Ocurrió cuando Barovero tapó el penal de Gigliotti. El freno de sus manos a un tiro sobrador marcó a cada equipo. Inspiró la mente de River. Apagó el cerebro de Boca. Ahí, en la foto que retrata este post, se definió todo. La frustración infinita en azul y amarillo. El goce millonario. El desahogo por la semi perdida hace diez años en la Copa Libertadores. La satisfacción que durará por siempre.