En el nombre del padre (y de Corbatta)

A un toque

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Por Alejandro Duchini (@aleduchini)

Alejandro Wall no sólo eligió una buena historia para contar. Además supo cómo contarla. Y para contarla salió a conocerla. Evitó tocar de oído, gambeteó la tentación del dato de la web. Por eso quedó tan bueno Corbatta – el wing, que se publicó a principios de septiembre a través del sello Aguilar y cuenta la vida del ídolo racinguista que además jugó en Boca, en la Selección y en el fútbol colombiano, pero dilapidó su carrera. Wall habla de un fantasma para referir al ídolo de su papá y, a la vez, al héroe misterioso de su propia infancia, cuando iba a la cancha a ver a Racing y el padre le contaba de aquel tipo que era viejo a los 40, que alguna vez tocó el cielo con las manos pero terminó viviendo debajo de una tribuna del Cilindro, borracho y sin un peso.

El mérito de Wall está tanto en la escritura como en el trabajo previo. Empieza por aclarar datos que se suelen pasar por alto pero que son importantes. Como el del nombre. Juega con el Omar Orestes, el Orestes Osmar y otras posibilidades. Finalmente dice que fue anotado como Oreste Osmar. Sé de su puntillosidad por el dato exacto. Lo hizo en su momento con el nacimiento de Dante Panzeri, lo repite ahora con Corbatta. Pero además sale a recorrer los lugares de Argentina por los que anduvo Corbatta. Se fue al sur del país, donde intentaba continuar su carrera en equipos de liga. De allí consiguió testimonios emotivos sobre aquellos tiempos; por momentos Corbatta parece ser un personaje de Osvaldo Soriano.

Viajó a Colombia y realizó entrevistas a vecinos, dirigentes y ex compañeros que compartieron algo con él. Recorrió la Provincia de Buenos Aires para sacar datos de los orígenes. Se contactó con los hijos y familiares y derribó algunos mitos. Entre ellos, el más común: el de su muerte en el Fiorito y hasta el otro que lo hace morir en la misma cancha. Wall cuenta que murió en un hospital de La Plata y no estaba solo sino acompañado por sus hermanas. Sólo le faltó viajar a Noruega, donde vive una de sus hijas.

Hay una escena sobre el final que no deja indemne al lector. Es cuando, a través del recuerdo de un ex compañero, lo describe lleno de sangre, tirado en una cama, después de un accidente automovilístico. No estaba grave pero la escena pinta el panorama. Igual que cuando Wall hace la mejor comparación: “Era 1985. Racing estaba en la Primera B. Miguel Ángel Brindisi había jugado el último año en el equipo, antes de retirarse. Horacio Matuszyczk era otro delantero de Racing. Corbatta también podía actuar, por entonces, como una metáfora del club. Racing era el Corbatta del fútbol argentino, un equipo grande, con gloria, que se había derrumbado. Los peores años del wing derecho también fueron los peores años del club. Ver a Corbatta era como ver a Racing”.

Corbatta y sus medias bajas, en la tapa del libro de Alejandro Wall.

Las citas de entrevistas de otros periodistas es otro gran aporte al libro. Por ejemplo, aparece la legendaria de Rodolfo Braceli, que la pueden encontrar en el genial De fútbol somos, titulada La gloria y la desolación. Braceli describe a Corbatta y su ambiente pobre y resignado como nadie. La otra nota que se menciona es una que mi amigo y colega Cacho Lemos le hizo para el diario La Razón para sus 50 años. La recuerdo particularmente porque Lemos es de Racing y Corbatta era su ídolo y me contó -a fines de los 90- de su dolor al verlo tan venido a menos. Sin saberlo, Cacho entrevistó esa vez a alguien que ya estaba del otro lado. Y que no tenía retorno.

Corbatta tuvo muchas posibilidades de reiventarse. Pero nunca pudo; o no quiso. O no supo cómo hacerlo. Se casó, se separó, se cayó, volvió a casarse. Hubo gente que quiso ayudarlo, pero él siguió encerrándose en sí mismo. Wall cuenta cómo ocurrió todo eso.

Van algunos textos de Corbatta – el wing que me llamaron la atención:

“El tabaco se convirtió en una adicción temprana para Corbatta. Y el alcohol era algo habitual”.

“Era petisito y quizá no tuviera todo el entrenamiento necesario, pero enseguida te dabas cuenta de que le pegaba a la pelota como los dioses y que era muy pícaro. Eso, sobre todo eso” (Juan José Pizzuti, en una entrevista con el autor).

“Y así como en esos días algunos de sus amigos se preocuparon por el alcohol, para otros la verdadera tragedia de Corbatta, el muro que nunca pudo derribar, fue no haber aprendido a leer y escribir”.

“El analfabetismo, la pobreza y el alcohol formaron la santísima trinidad del mito, el dogma sobre el que se construyó la empatía con Corbatta”.

“Es que Oreste -concluyó Ardizzone- no quería que fuésemos testigos de su derrumbe, de su caída, de esa fama de grotesco bufón que había adquirido por las canchas, por las calles, hasta ser motivo de burla”.

Pero tal vez lo que mejor resuma la idea de Wall sobre Corbatta esté en el final del libro. En esa frase dicha en un contexto histórico que sorprende: “Rajemos de acá”, dice Corbatta. No sólo se refiere a la golpeada Argentina de los 70. A lo mejor sin saberlo se refiera a sí mismo.

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