El fútbol, según Vargas Llosa

Literatura hecha pelota

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Ya había jugado algunos partidos en las inferiores de Universitario, el club con el que pintó su corazón y del que es socio honorario. Incluso, se había dado el gusto de patear algunas pelotas en el Estadio Nacional. Pero sólo una noche de 2010, en el estadio Santiago Bernabéu, Mario Vargas Llosa sintió en sus vísceras el miedo escénico de un futbolista. «Es una experiencia exaltante y terrorífica. Estar en el centro del estadio del Madrid, con las tribunas abarrotadas, exaltadas, te da la impresión de lo que debieron de ser los circos romanos. El jugador, que es aplaudido o vilipendiado por esa multitud gigantesca, vive esa psicología de masas… ¡Debe de ser estremecedor!», aseguró el escritor peruano.

A los 80 años, Vargas Llosa puede relatar experiencias en el césped y, también, desde el cemento de la tribuna. Allí, por ejemplo, vio a Pelé, su gran debilidad. Lo hizo en el Maracaná, durante las primeras horas de su luna de miel con su ex esposa. Sus ojos, además, contemplaron a Diego Maradona en el Mundial de España ’82, cuando tecleó una crónica inolvadible para el diario ABC. De sus recuerdos y definiciones con ruido de pelota, rescatamos estas frases.

El fútbol es una religión laica. Antes, sólo las religiones convocaban esa especie de manifestación irracional, colectiva. Hoy en día, eso que antes era prototípico de la religión es la religión laica de nuestro tiempo».

«A mí el fútbol me apasiona desde chico, pero al mismo tiempo genera actitudes de desfogue que uno ni se imagina que pueden suceder».

«Es una enorme responsabilidad estar allí, ante miles de ojos, delante de la pelota. No conozco un espectáculo que nos conecte más con los grandes espectáculos de masas más primitivos».

«Un partido puede ser una novela, por supuesto, porque tiene un arranque, un desarrollo, unos momentos de intensidad emotiva, con finales felices y a veces trágicos».

«La crítica de fútbol es una formidable máquina creadora de mitos, un espléndido surtidor de irrealidades que alimenta el apetito imaginario de vastas multitudes».

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