Coronado de gloria

A un toque

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Domingo al mediodía, 29 de junio de 1986. El cemento del estadio Azteca se pinta de celeste y blanco. La Selección descorcha el champagne de la gloria y festeja el título en el Mundial de México. Diego Maradona le pone el broche a un mes inolvidable y sus manos levantan la Copa del Mundo al cielo. Es el momento sagrado de su vida sobre el césped. La hora perfecta del fútbol argentino, a casi tres años del regreso de la democracia. Todos los flashes hacen foco en el rostro del Diez. Se trata del chico de la tapa. El símbolo que, un día después, marca las coordenadas hacia la Casa Rosada. Lo esperan el presidente Raúl Alfonsín y su gabinete. Una multitud de hinchas en la Plaza de Mayo. Maradona enfila al balcón y se siente más que un futbolista. Lo vive a pleno. Y así lo relata en primera persona.

Maradona

«Debo decir hoy que fue campeón no sólo por mí. Yo aporté, otros me ayudaron, todos ganamos… Por eso, quise que también disfrutaran del título hasta los que nos habían matado sin piedad.

Lo viví con todo, como cada cosa que hice en mi vida. Había que tomarlo como lo que era y lo repito ahora: fue un extraordinario triunfo del fútbol argentino, que lamentablemente todavía no se volvió a repetir, pero nada más que eso… Nuestro triunfo no bajó el precio del pan… Ojalá pudiéramos los futbolistas resolver los problemas de la gente con nuestras jugadas, ¡cuánto mejor estaríamos!

Pensaba en eso en el balcón de la Casa Rosada, porque allá estuvimos para saludar a la gente que se había juntado en la Plaza de Mayo. Sentía eso y también que era… ¡presidente!  Ahí estaba al lado de Alfonsín, el tipo con el que había vuelto la democracia. También estaban los panqueques, claro. Hasta O’Reilly, que unos meses antes, nada más, lo había querido voltear a Bilardo. Pero en ese momento nosotros éramos los reyes… Yo ya lo conocía a Alfonsín, ya lo conocía. Me había recibido antes de las elecciones. Para mí, fue importante lo que él hizo al principio, pero después… Le faltó algo para terminar la obra. Y todavía hoy estamos luchando por salir.

En realidad, en ese momento no me importaban ni Alfonsín ni ningún político. Yo pensaba en la gente.

Me sentí, en realidad, muy cerca de la gente; si hubiera sido por mí, agarraba la bandera y salía corriendo, me metía entre ellos… En ese balcón se me cruzó todo por la cabeza:  Fiorito, Argentinos, Boca, todo. Todos los sueños cumplidos».

(*) Extracto del libro Yo Soy el Diego

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