A un toque

El círculo (blanco y) rojo

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Por Santiago Tuñez

Podría decirse que el primer trazo se vio hace más de un año, en la Bombonera. El córner de Lanzini, al área chica de Boca, hizo foco en la cabeza de Ramiro Funes Mori. Arriba de todos, el defensor le dio el destino exacto, cobró en efectivo la mala salida de Orión y autografió el triunfo de River en el cierre del clásico.

Era una victoria con gusto exquisito para los millonarios. Volvían a ganar en esa cancha luego de una década. Y de paso, calentaban la mano y el pincel en la lucha por el título. Ese que, finalmente, se llevarían semanas después. El primero tras del descenso a la B Nacional. El último con Ramón Díaz como entrenador.

 

De a poco, el dibujo comenzaba a tomar forma en River. Ya no estaba el DT más exitoso de su historia. Tampoco, Lanzini. Marcelo Gallardo llegaba a pintar otro cuadro de su historia en el club, ahora desde el banco de suplentes. Carlos Sánchez volvía del préstamo en el Pueblo de México y Mora, de su semestre en la Universidad de Chile. Y un tal Pisculichi cambiaba La Paternal por Núñez.

Desde esos nombres, River degustó el champagne en los últimos meses de 2014. Otra vez, le ganó a Boca. Fue triunfo en las semis de la Copa Sudamericana, con las manos mágicas de Barovero y el zurdazo de Pisculichi. Y a su vez, el envión necesario para llevarse la corona contra Atlético Nacional de Medellín en el Monumental. Continue Reading

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Memoria

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Después de 14 años, Saviola volverá a River. Esta noche, arrancará el partido contra Tigre en el banco. Foto de Diego Haliasz / Prensa River.

Después de 14 años, Saviola volverá a River. Esta noche, arrancará el partido contra Tigre en el banco. Foto de Diego Haliasz / Prensa River.

Vuelve. A 14 años de su adiós y el comienzo de un largo viaje por Europa, Javier Saviola regresa a River, su lugar en el mundo. Lo espera Marcelo Gallardo, hoy DT, que en sus tiempos de futbolista le soltó asistencias quirúrgicas. Y Pablo Aimar, con quien diseñó paredes, lujos y goles sin fecha de vencimiento. La memoria también selecciona otros recuerdos. Y entonces, asoma su estreno con gol incluido a Gimnasia de Jujuy, allá por octubre de 1998. Sólo tenía 16 años y ese grito lo instaló en los medios. Llevó su rostro y su historia a la televisión, la radio y los diarios. De aquellos días, vale repasar esta nota que Topo López le realizó en Olé. En la noche de la vuelta de Saviola a River, y a un año de la muerte del periodista en Brasil, va este homenaje.

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Por Jorge López

Dicen que será el Ortega del 2000. Javier Pedro Saviola, ochomesino, de diciembre de 1981, vive en la misma casa del barrio de Belgrano en que lo tuvo su mamá Mary auxiliada por una amiga íntima que le ofició de partera. Javier pesó 2,400 kilos. Hoy, 16 años después (hace ocho que está en River), estirado a un metro sesenta y nueve y con los 59 kilos que denuncia la balanza, el pibe disfruta de los placeres de haber sido la figura de River en su debut, de haber convertido un gol. Pavada de augurio… Continue Reading

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Desde arriba sí se ve

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«¿Ha entrado usted, alguna vez, a un estadio vacío? Haga la prueba. Párese en medio de la cancha y escuche. No hay nada más vacío que un estadio vacío. No hay nada menos mudo que las gradas sin nadie». Lo escribió Eduardo Galeano en su libro El Fútbol a Sol y Sombra, la biblia de la pelota. Y algo de eso puede comprobarse por estas horas en el Estadio Nacional de Santiago. Museo del horror de la dictadura pinochetista, e improvisado campo de concentración durante dos meses, aún no tiene habitantes en su cemento. Espera el conteo final, la salida de los futbolista y el comienzo del cruce por el título entre Chile y la Argentina. La acción ocurre fuera de la cancha, donde se ofrecen entradas hasta por 22 mil dólares y la reventa estalla en las redes sociales. Y mientras se consumen los minutos hacia la definición de la Copa América 2015, vale un paseo por la cancha con un Drone. Así se ve el Estadio Nacional de Santiago desde las alturas.

 

 

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Fe, suerte y coraje

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Dice estar tranquilo por la marca que dejó en celeste y blanco. No habla de títulos, tampoco de partidos alojados en el inconsciente colectivo. Nada de eso. Diego Simeone asegura que su huella en la Selección fue haber acelerado de principio a fin. «No paré. Y jamás me voy a arrepentir. ¿Quién me aseguraba que si me tomaba vacaciones iba a jugar bien? Nadie. Primero jugué la Copa América del ’91. Después me quedé fuera de los Juegos Olímpicos ’92; entonces ahí sí, en julio fueron mis únicas vacaciones. Luego vinieron la Copa América ’93, las Eliminatorias de ese año, el Mundial ’94, la Copa América ’95, los Juegos Olímpicos ’96, las Eliminatorias ’97, el Mundial ’98, la Copa América ’99, las Eliminatorias 2000 y el Mundial 2002«, cuenta el técnico de Atlético de Madrid en el libro Por amor a la camiseta. Y en ese viaje sin escalas, hay un gol que define el ADN de Simeone. Fue contra Colombia, en la primera fase de la Copa América ’93. Cholo, que dos años antes le había convertido en Chile, se levantó y anduvo después de un choque con Oscar Córdoba. Y desde un ángulo complicado, le dio el mejor destino a la pelota. Un grito que retrató su eslogan. Aquel de que «en el fútbol, como en la vida, hay que tener tres cosas: fe, suerte y coraje».

 

   

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Gracias por venir, gracias por estar

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Cien partidos en la Selección. Una cifra simbólica. Contundente. Brutal. Messi llegará a ese número en la Copa América de Chile y lo festejará contra Jamaica. Será como capitán argentino, una fotografía que demuestra su proceso de crecimiento. Y a casi diez años de su estreno en celeste y blanco, contra Hungría, cuando sólo estuvo 92 segundos en el césped por una expulsión insólita. Su cantidad de encuentros deja, también, ciertas lecturas. El 10 argentino atravesó generaciones de futbolistas y ahí está, líder del plantel por acciones, y no por palabras. Jugó, por ejemplo, con Zanetti y Ayala, los dos nombres con más partidos en el seleccionado (145 y 115, respectivamente). También compartió cancha con Sorín, Heinze y la Brujita Verón, su hermano mayor en los planteles. Y escuchó discursos de seis entrenadores. De Pakerman a Martino, pasando por Coco Basile, Maradona, Checho Batista y Sabella. El hombre que lo contuvo y mejor lo entendió en la Selección. Tanto, que diseñó un sistema favorable a Messi, lo potenció y resultó clave para que alcanzara el reconocimiento de los hinchas. Y alguna vez, dejó una frase que sirve para conceptualizar al rosarino y sus 100 partidos con la Argentina: «En vez de pensar si no puede hacer las cosas mejor, tenemos que dar gracias que lo tenemos. Y tenemos que aprovecharlo. Seguramente sin él estaríamos peor».

A casi diez años de su estreno, Messi llegará a los 100 partidos con la Selección. Foto de an Walton / Getty Images South America / Vía Zimbio.

A casi diez años de su estreno, Messi llegará a los 100 partidos con la Selección. Foto de an Walton / Getty Images South America / Vía Zimbio.

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Soy tu fan

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Escribió Diego Latorre, antes del comienzo de la Copa América, en el diario El País: «Argentina tiene necesidad de Pastore. Un hombre creativo con despliegue en mitad de la cancha, capaz de romper líneas y darle ritmo al juego. Alguien que libere a Messi de cargas que limitan su acción por debajo del radio de 30 metros del arco rival». Y al cabo, el futbolista de París Saint Germain cristalizó esas palabras. Una pincelada suya, con pase pulverizador de líneas incluido, fue vital para el triunfo de la Selección contra Uruguay. Respaldado por Tata Martino, el cordobés se hizo cargo de la pelota y generó juego. Y en algunos movimientos, desempolvó las fotografías de Juan Román Riquelme. Claro, Pastore es admirador serial del ex 10 de Boca. En las inferiores de Talleres, según relató el periodista Cristian Grosso en el libro Futbolistas con historia (s), viajó a Villarreal para participar de un scouting y en su inconsciente había una sola obsesión: posar junto a Riquelme. Lo logró, finalmente, y esa imagen habitó durante varios años en el portarretratos de su familia. Y en 2009, luego de un partido en la Bombonera, el ex enganche de Huracán recibió la camiseta número 10 xeneize en el vestuario. Nada es casual, entonces, en los firuletes y los pases de Pastore. En su cuerpo habita un gen. El gen riquelmista.

Pastore y su fina estampa para soltar el pase ante la marca del uruguayo Alvaro Pereira. Foto de Martín Bernetti / Agencia AFP

Pastore y su fina estampa para soltar el pase ante la marca del uruguayo Alvaro Pereira. Foto de Martín Bernetti / Agencia AFP

 

 

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La costumbre del Kun

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Ya no se trata sólo de su hábito de firmar la red. Ese que días atrás lo encontró como goleador de la temporada 2014/15 en la Premier League. O que hace años le hizo un espacio permanente en la Selección. La historia va más allá. Es algo personal, definitivamente. Sergio Agüero ve la camiseta de Paraguay y enciende aún más su ánimo. Lo demostró, primero, allá por septiembre de 2008, en el Monumental. La Argentina perdía 1 a 0 contra el equipo que dirigía Tata Martino, hasta que el delantero facturó una conexión entre Riquelme y Messi para convertir el empate. Cinco años más tarde, el 10 argentino bajó un centro, Agüero acomodó la pelota con el pecho y su definición marcó diferencias. Fue en un partido que el seleccionado goleó 5 a 2 y le imprimó su ticket al Mundial de Brasil. Y en el comienzo de la Copa América, el ex Independiente le dio continuidad a su sana costumbre. Messi presionó a Samudio, lo obligó al pase atrás y Agüero, con gambeta incluida al arquero, golpeó otra vez a Paraguay. Un rival que, a esta altura, lo ve y tiembla.

Agüero festeja su gol contra Paraguay en la Copa América. El delantero ratificó su sana costumbre ante este rival. Foto de José Brusco / Agencia NA.

Agüero festeja su gol contra Paraguay en la Copa América. El delantero ratificó su sana costumbre ante este rival. Foto de José Brusco / Agencia NA.

 

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«Me salió bien, ¿no?»

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«De tres cuartos de cancha para adelante, Messi tiene que tener libertad por todos lados. Libertad de inventar, de jugar como sabe, de encarar, de gambetear, de volar. Los grandes jugadores tienen que volar». Allá por julio de 2007, Alfio Basile y su voz de trueno evitaban darles tarea extra al crack de Barcelona. Nada de molestar al dueño del pincel. Y el artista entendía ese mensaje a la perfección. Rodeado por Cuchu Cambiasso, la Brujita Verón, Riquelme y Tevez, el rosarino trazaba obras para el recuerdo. De aquella Copa América en Venezuela, ninguna como su creación en las semis contra México. Inolvidable. Eterna. Con la camiseta 18 en su piel, facturó el pase de Tevez, vio al arquero Oswaldo Sánchez y calibó su pegada. El toque quirúrgico hizo una parábola preciosa y autografió la red. Golazo. Para cerrar el estadio, como propuso Basile desde el banco. Para irse de la cancha, como opinó Hernán Crespo a unos metros del DT. «¿Si fue el gol más lindo de mi carrera? Puede ser, hice varios, como aquel al Getafe. Todos dicen que estuvo muy bueno; yo vi al arquero adelantado y me la jugué», respondió Messi, el día después del triunfo, con su habitual perfil bajo. Y más atrevido, cerró: «Me salió bien, ¿no?»

 

 

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