Por Fermín de la Calle (@fermindelacalle)
[dropcap]B[/dropcap]uenos Aires 2005. El ascensor se detuvo estrepitosamente, se oyeron unos pasos y segundos después sonó el timbre en el céntrico piso de Buenos Aires que hace las veces de oficina de César Luis Menotti. El Flaco, sentado frente a la televisión, bajo una vieja fotografía en la que conversa con Jorge Luis Borges, se levantó a abrir. Al otro lado de la puerta aparecieron dos tipos de aspecto europeo, uno rubio y otro moreno. El primero abrazó a Menotti, el segundo le dedicó una amplia sonrisa mientras le tendía la mano.
-Los alemanes llegaron acá… déjame pensar. Creo que en 2005. A Klinsmann lo entrené en la Sampdoria y con él venía el otro (Joachim Löw). Lo tenían claro. Querían cambiar su discurso futbolístico y venían a ver cómo trabajamos el fútbol asociativo en las inferiores y la captación de talento. Estuvimos charlando, le di nombres y se fueron a Brasil a entrevistarse con más gente. -Menotti, incontenible ante la grabadora, resume el encuentro con su habitual elocuencia-. Aquellos tipos cimentaron las bases de su fútbol acá, buscando el talento asociativo, mientras los pelotudos de acá van allá a aprender a correr más y saltar más alto. ¡De locos!
Göppingen 1980. La escuela de Berufschule Hoppenlau era una de las más reputadas de Alemania. Ingresar en ella suponía un esfuerzo económico. Quizás por eso el joven Jürgen, segundo de cuatro hijos de una estirpe de panaderos de Göppingen, decidió continuar su formación pese a firmar su primer contrato profesional a los 16 años. No acaba de vislumbrar un futuro más ligado al balón que al pan. Sin embargo completó un exitoso currículum futbolístico a las órdenes de Trapattoni, Wenger, Rehhagel, Ardiles, Beckenbauer y Vogts, entre otros. Pero quien realmente lo marcó fue Menotti, a quien siguió hasta Génova en 1997 “fascinado por aprender de alguien que propone un fútbol de ataque mezcla de audacia y desparpajo”.
Esa inquietud la mantenía cuando se hizo cargo de la selección alemana, en la que aterrizó “con la convicción de que fuerza, disciplina y rigor, bases históricas del fútbol alemán, no bastan para ser campeones. Hay que agregar control de balón, jugar al pie y tener paciencia para desequilibrar”. En 2004, dos años después de perder la final del Mundial de Japón y Corea ante Brasil, el fútbol alemán estaba varado en tierra de nadie. La Mannschaft fue eliminada en la fase de grupos de la Eurocopa con un bagaje intolerable a dos años vista del Mundial de Alemania, su Mundial: dos goles a favor y ningún triunfo. Los dirigentes federativos decidieron suplir a Rudi Völler por el revolucionario Jürgen Klinsmann (y su ayudante Joachim Löw) ante el escepticismo de los puristas.
La dupla apostó por renovar el plantel y modernizar los métodos de preparación, relativizando la preponderancia física y haciendo hincapié en la búsqueda de talento. Para esto último presentaron un proyecto para incentivar el trabajo con las categorías inferiores de los clubes de la Bundesliga y las federaciones regionales. La DFB aceptó y obligó a implantar instalaciones con profesionales de primer nivel. Hoy Alemania cuenta con 366 centros educacionales con 1.300 técnicos calificados para enseñar a futbolistas de todo el país.
Malmö 2009. Alemania no ganó en 2006 su Mundial al caer derrotado en las postrimerías de la semifinal ante Italia en Dortmund, pero los aficionados mostraron su orgullo con la nueva Mannschaft. La DFB ofreció renovar a Klinsmann, quien lo rechazó sorprendentemente alegando “demasiado desgaste”, al tiempo que sugirió la designación de su alter ego, Joachim Löw. Jogi, jugador discreto del Friburgo y Karslruhe, además de amante del yoga, era miembro de la escuela de técnicos de la frontera suiza, la llamada ‘Fábrica de ideas’, como Ottmar Hitzfeld.
Dos años después de la derrota contra Brasil en la final de Corea-Japón, el fútbol alemán estaba varado en tierra de nadie. En ese momento, los dirigentes de la DFB decidieron reemplazar a Rudi Völler por Jürgen Klinsmann ante el escepticismo de los puristas.
El plan seguía su curso. La idea era rejuvenecer el equipo buscando la conquista a medio plazo del título mundial. En su debut como seleccionador en una gran cita, la España de Luis Aragonés le arrebató la Eurocopa con un gol de Fernando Torres. Ese subcampeonato respaldó la gestión de Löw, pero hubo un hito que marcó el devenir futuro de la Mannschaft: la consecución del Europeo Sub-21 de 2009 en Malmö arrollando en la final a Inglaterra (4-0). El trabajo crucial en las categorías inferiores comenzaba a dar sus frutos. Veteranos como Lahm, Schweinsteiger o Podolski tutelarían a la hornada de los Khedira, Özil, Müller y Neuer. Así, en Sudáfrica, Alemania presentó el equipo más joven los últimos 80 años, con una edad media de 25.
Löw exhibió un juego latino y asociativo en el Mundial de 2010, en el que pasó la ronda de grupos sin problemas para después desplegar su exuberancia futbolística goleando a Inglaterra (4-1) y Argentina (4-0). Sin embargo, la aparición de la majestuosa España del tiqui-taca la alejó del ansiado título mundial al caer en semifinales de nuevo por la mínima (con un gol de Puyol). No obstante, la lectura seguía siendo positiva.
La Eurocopa de Polonia y Ucrania, donde Alemania cayó derrotada en semifinales ante Italia (1-2), resultó un serio traspié que generó escepticismo y alimentó las voces discordantes de los puristas. Pero la DBF confirmó su confianza en Löw y su equipo de trabajo, que seguía formado por su mano derecha, Hans-Dieter Flick, los revolucionarios preparadores físicos estadounidenses Forsythe y Verstegen, y, sin duda, Oliver Bierhoff, hombre fundamental en este proceso evolutivo del fútbol alemán.
Campo Bahía 2013. Bierhoff asumió el rol de mánager en la Revolución Klinsmann. Dedicado a gestionar patrocinios y relaciones públicas, fue el promotor de un episodio decisivo en la consecución del título mundial: la construcción de Campo Bahía. Después de meses buscando sin éxito una sede que reuniera las condiciones para la estadía de Alemania durante el Mundial, la federación y los inversores privados alemanes decidieron gastar 42 millones de dólares en construir un complejo deportivo en Brasil. La premisa era situarse en un radio de distancia de dos horas de vuelo de las sedes de partidos y evitar el caos de tráfico. La DBF envió 23 toneladas de equipaje que incluían bicicletas de montaña, billar, mesas de ping-pong, dianas…
Ese ambiente distendido resultó decisivo para implementar a un equipo heterodoxo con jugadores de origen polaco, turco, marroquí o ghanés. Otro aspecto capital fue permitir el acceso de las familias a la concentración. El Mundial se vivió con normalidad y relax en Campo Bahía, donde la llegada del equipo tras cada victoria era saludada con la canción Happy, de Pharell Williams, sonando atronadoramente en la megafonía. Además, Löw solía conceder descanso el día posterior al partido, o en su defecto organizar actividades de ocio como navegar o ir de excursión. Un ambiente en el que destacaba la figura de un ilustre desconocido, el arquero suplente Ron Robert Zieler, el Pepe Reina alemán.
Colonia 1978. Otro personaje clave para transformar el tradicional fragor futbolístico alemán en una sofisticada inteligencia competitiva fue su jefe de scouting: Urs Siegenthaler (Sigi), de quien decían que sabía lo que desayuna cada rival. Cuando él y su mano derecha, Christopher Clemens, viajaron a San Pablo para presenciar la semifinal entre Holanda y Argentina, Löw ya tenía encima de su mesa un exhaustivo análisis de ambas selecciones realizado con la colaboración de 40 estudiantes de la Universidad del Deporte de Colonia, que incluía análisis estadísticos, artículos y vídeos de cada jugador rival.
Sigi, entrenador entre 1987 y 1990 del Basilea, trabaja desde 1978 con la Universidad del Deporte de Colonia experimentando en diversos ámbitos. Al ser contratado por la DFB en 2005, por petición de Klinsmann, se encontró con el escepticismo del fútbol alemán. “¿Qué va a enseñarnos un suizo sexagenario?”, preguntaba un rotativo bávaro. Hoy es pilar indiscutible para Löw: «Urs es leal y sus conclusiones son absolutamente necesarias para nosotros”. Durante la Eurocopa de 2012 sufrió mareos viendo un partido en un palco y comenzó a vomitar. Lo siguiente que recuerda es despertar en un hospital aquejado de un ataque a su sistema inmunológico. ¿La causa? La tensión. Su regreso a la concentración del equipo fue saludado por los jugadores con una sonada fiesta.
Yokohama 2002. Por el contrario, en Brasil el ambiente era de tensión y crispación. Y en el ojo del huracán aparecía siempre Luiz Felipe Scolari. Nieto de italianos, sargento en el vestuario y patrón en el país desde que llevó a Brasil a ganar el Mundial de 2002. Un caudillo con quienes las relaciones eran maniqueas. Mientras un diario titulaba ‘Felipao Superstar’, él se defendía de las críticas por el mal juego de su equipo con un desafiante: «Váyanse a escribir de poesía». Zarandeó a un periodista e insultó a otros, pero se cuidó siempre mucho de enemistarse con la todopoderosa cadena de televisión Globo. Felipao, cuyo libro de cabecera es El arte de la guerra, llegó a manifestar que Pinochet «hizo lo que tenía que hacer para que Chile creciera». Y para rematar, dedicó, días antes del choque, una frase a los alemanes, de los que dijo: “No me preocupan. Andan de concentración en medio de las mulatas de Bahía”.
Mientras en Alemania el Mundial desbordaba todas las previsiones, en los diarios brasileños seguía la crónica de un oscurantismo futbolístico “liderado por un técnico que tiene más pánico que cautela. Nuestra esperanza es el balón parado. Nuestro terror es la pelota en movimiento”. Las calles brasileñas estaban repletas de manifestantes exigiendo mejoras sociales y la presidenta Dilma Rouseff rehuía los estadios para evitar sonadas broncas, al tiempo que Angela Merkel visitaba eufórica el vestuario de la Mannschaft tras la goleada de sus chicos a Portugal.
En esas llegó el partido más aristocrático del Mundial. Alemania había variado sus planes. Siegenthaler sostenía que calor y humedad imposibilitaban jugar con carrileros de ida y vuelta, por lo que Löw comenzó apostando por alinear cuatro centrales al fondo y descolgar a Lahm como mediocentro. Sin embargo, las lesiones provocaron su reubicación en el lateral, movimiento, sumado a la aparición del renqueante Khedira, que disiparon las dudas del juego alemán ante Francia. Jogi, satisfecho, decidió repetir once ante los brasileños. ¿Para qué tocar lo que funciona?
Enfrente, Felipao se encontraba con dos ausencias capitales: el lesionado Neymar y el sancionado Thiago Silva. Scolari decidió apostar por el escurridizo Bernard en lugar de Neymar, gran amigo del azulgrana, relación, cuentan, que pesó en su inclusión en la convocatoria final en detrimento del sofisticado Lucas Moura. A Thiago lo supliría el heterodoxo Dante. Felipao seguía apostando por un equipo metálico con el controvertido Fred en punta, Hulk cambiado de banda y trivote medular.
La federación y los inversores privados alemanes invirtieron 42 millones de dólares en construir un complejo deportivo en Brasil. El ambiente distendido fue decisivo para implementar a un equipo heterodoxo con jugadores de origen polaco, turco, marroquí o ghanés
Pasadena 1994. En Belo Horizonte, el césped del Minerao, campo del Atlético Mineiro, estaba en perfectas condiciones. 22 grados, 51% de humedad, el mexicano Marco Rodríguez al mando y 58.000 gargantas en las gradas animando a los suyos, de ellas casi 10.000 teutonas. Brasil apostó por la carga emocional desde el inicio. Durante la interpretación de los himnos, David Luiz sacó una camiseta de Neymar para aumentar el voltaje ambiental. El partido arrancó eléctrico, hasta que una Alemania paciente se encontró con un temprano gol de Müller a la salida de un córner con un clamoroso fallo defensivo. Corría el minuto 11. Scolari comenzó un festival de aspavientos, recriminando cosas a jugadores y árbitro, mientras Löw puntualizaba detalles de colocación. Y entonces ocurrió. Se produjo uno de los fenómenos más inverosímiles jamás vividos en un Mundial.
La tormenta perfecta se desató con un pase comprometido al que Fernandinho debió haber llegado. No lo hizo y ahí comenzó el capítulo más tenebroso de la historia del fútbol brasileño. Kross enlazó con Müller que sirvió de cara a Klose en el área. El ariete remató, Julio Cesar rechazó el disparo y el propio Klose remachó a la red el balón. Brasil quedó sonada y en los siguientes 300 segundos se escenificó una tragedia futbolística de dimensiones ‘maracadianas’. Brasil se desmoronó ante el despliegue en la medular de los alemanes y las llegadas al área de Kroos, que primero marcó rematando con la izquierda un centro de Lahm errado por Müller, y después concluyó un tuya-mía con Khedira empujando el balón a la red.
El colofón lo puso el propio Kherida llegando desde atrás para concretar una asistencia de Müller. Alemania anotó cuatro goles en cinco minutos. Corría el minuto 29 de partido y el marcador señalaba un asombroso 0-5. Un gol por cada estrella brasileña de campeón del mundo. Un partido digno de la videoconsola. Lo ocurrido después sólo aumentó la dimensión del fenómeno. Schurrle anotó dos goles más y recortó Óscar al cierre del partido, cuando Brasil ya lloraba la tragedia. 32.570.000 alemanes vieron en la ZDF este histórico 1-7 (share récord del 87,8%), mientras en Brasil un cronista escribía poéticamente: “El partido más que una derrota, es la metáfora perfecta de un país a la deriva”.
Fuera del campo libraron otra batalla no menos titánica la brasileñizada Nike y la teutona adidas. La marca europea dio un golpe de efecto al vestir a la Mannschaft con una camiseta que emulaba a la del Flamengo (rayas horizontales rojas y negras), enemigo íntimo del Atlético Mineiro, anfitrión del Minerao. Brasil sucumbió ante ‘Flamelanha’. El marcador final resultó devastador para Nike, que vio cómo se depreciaban sus camisetas, especialmente en las que rezaba Hexacampeón, de 299 a 199 reales en las tiendas y de 30 a 10 en la calle. Las ventas de la ‘Flamelanha’ se multiplicaron. Evidentemente, por siete.
Löw compartió el título discretamente en la sala de prensa con Klinsmann: “Este triunfo se debe al tesón y el trabajo de un grupo que ha sacado adelante un ambicioso proyecto puesto en marcha en 2004”. La DBF festejó el título, y el éxito del ciclo, renovando el contrato de Jogi días después. Por su parte, Brasil, sumida en una apocalipsis futbolística, lejos de recuperar las señas de identidad de su fútbol, entregó el banquillo a Dunga, icono de la “aberración futbolística más grande de Brasil: la selección del trivote”. El hombre que al levantar la copa de campeón del mundo en Pasadena, en 1994, gritó a los periodistas: “Esta va por ustedes manga de traidores hijos de puta”.
*Artículo publicado originalmente en la Revista Líbero.