Por Gabriel Tuñez (@gabtunez)
-¿Cómo vienes, Franklin?–, le gritó uno de los rescatistas al viejo Franklin Lobos, mientras el ex futbolista ascendía por el ducto.
-¡Bien, bien, gracias!
-¡Buena, Caqui!,-dijeron los rescatistas.
-No me hagan llorar, sáquenme primero-, respondió Lobos.
Sesenta y nueve días después de haber bajado con una camioneta, como todas las jornadas, a las vísceras de la mina de cobre y plata San José, en Copiapó, Franklin Lobos comenzaba a salir a la tierra. Iba en una cápsula blanca, azul y roja -los colores de la bandera chilena-, diseñada con el espacio justo para ingresar de pie, mirar al frente y sentir el ruido de la estructura raspando las rocas en su ascenso a la tierra.
Fueron varios minutos, alrededor de 15, los que tardó en ser llevado a la superficie desde los profundos 700 metros en los que, junto a otros 32 mineros, había pasado más de dos meses sepultado después de derrumbarse la estructura del yacimiento. Lo esperaban su esposa y sus hijas, un presidente, varios ministros, decenas de rescatistas, médicos, enfermeros y geólogos; cientos de periodistas, camarógrafos y reporteros gráficos, las luces calurosas que templaban la fría noche del desierto. Y también, una pelota.
Antes de trabajar como chofer en la mina, Franklin Lobos había sido futbolista. A fines de los ’70 y principios de los ’80 era el Mortero Mágico, apodo que se había ganado por su potencia, y clase, a la hora de patear tiros libres. “Era la figura de Cobresal y yo apenas entraba algunas veces. Me acuerdo de una característica suya que nunca volví a ver en otro jugador: en los tiros libres golpeaba la pelota con el tobillo, dándole un efecto especial a la pelota», rememoró Iván Zamorano, emblema del fútbol chileno en el mundo, sobre Franklin mientras éste permanecía en el subsuelo de la tierra.
Lobos también formó parte de La Roja que había logrado la clasificación para los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984. Sin embargo, después no fue convocado a integrar el plantel que participó de la cita deportiva. Jugó en Deportes La Serena, Santiago Wanderers, Regional Atacama, Cobresal (ganó el título chileno en 1983) y Deportes Iquique (consiguió el ascenso a la Primera División en 1993).
Después de retirarse del fútbol comenzó a trabajar en diferentes minas de la región del norte del país. La vida como jugador le había dejado felicidad y algún reconocimiento, pero no el dinero suficiente para pagar, por ejemplo, la educación de sus hijas. Otros ex jugadores de la zona también debieron dedicarse a la minería, una de las principales fuentes de empleo local, después de cruzar para siempre la línea de cal de la cancha.
Cuatro años antes del derrumbe en San José, Lobos había sobrevivido a un incendio en la mina Carola Agustina, donde tres de sus compañeros murieron. “La corriente de aire llevaba el humo infernal que se formó hacia afuera del socavón. De lo contrario, nadie nos libraba de haber muerto asfixiados”, recordó el ex futbolista.
Casi un lustro después, cuando aquel 5 de agosto de 2010 descendía en la camioneta, el yacimiento llevaba varios días crujiendo. La historia del continente. El alma de las víctimas indígenas de la explotación en Potosí bramaba como varios siglos antes anunciando la tragedia. La tierra cedió, las rocas pesadísimas cayeron y cerraron cualquier posibilidad de salida, y obligó a 33 trabajadores a refugiarse en un sótano oscuro, húmedo, con alimentos y agua potable para algunos días y la desolación abrazando el corazón.
Los días trajeron infecciones intestinales, problemas dentales, erupciones en la piel, problemas respiratorios, ardor, peleas, llantos, reconciliaciones y más llantos. Muchos de los mineros, como señaló el libro Operación San Lorenzo, escrito por Carlos Vergara Ehrenberg, “comenzaron a soñar con el sol, sólo para despertarse en un oscuro rincón de la cada vez más húmeda cárcel, mojada y vuelta a mojar por los miles de litros de agua provenientes de las diamantinas de las perforadoras que escurrían a diario por las grietas” a siete largos de una cancha de fútbol de profundidad.
Otros pensaban “derechamente” en el suicidio. A veces escuchaban, a lo lejos e ilusionados, el retumbar de las perforadoras que buscaban un resquicio siquiera que permitiera verlos, oírlos, acercarse. El silencio desesperaba. Tras 17 días sin novedades y 72 horas sin comida, los trabajadores sintieron como un ahogo en el pecho que una de las barras de los martillos rompía el cielo oscuro del refugio. El 22 de agosto fue el día de los abrazos y cuando el mundo, porque ya a esa altura la búsqueda había trascendido las fronteras chilenas, conoció la carta ya famosa, que fue pegada en la herramienta que había quebrado la piedra y que de a poco la llevó hacia la luz: “Estamos bien en el refugio los 33”.
“Nosotros fuimos víctimas, no héroes ni nada parecido. Lo que vivimos allí enterrados vivos ninguno de nosotros pidió vivirlo”, expresó Lobos tiempo después del rescate, concretado en la noche del martes 12 de octubre. El primer rescatista en bajar adentro de la cápsula Fénix 2 fue Manuel González, un ex futbolista profesional que había sido rival de Lobos con la camiseta de O’Higgins a mediados de los 80. El Mortero Mágico salió del infierno casi un día después. Fue el minero número 29 en abandonar el refugio.
Lo recibió, como a todos, el presidente, Sebastián Piñera, y su familia. Carolina, una de sus hijas, le había llevado una pelota con la leyenda “Te estamos esperando”. Lobos se animó a unos jueguitos antes de ser llevado al campamento médico montado a pocos metros.
-Franklin, jugaste el mejor partido de tu vida. El partido por la familia–, le dijo Piñera.
-Sí, Presidente, fue el más duro de todos–, contestó.
En los días siguientes los mineros dieron conferencias de prensa, visitaron el Palacio de la Moneda, recibieron regalos, dinero e invitaciones para conocer el mundo. Todavía bajo tierra se habían prometido no hablar de los otros. Cada uno podía decir lo que quisiera de su experiencia pero sin involucrar a cualquier de los 32 con los que había convivido. Algo de eso, sin embargo, se podrá ver en la película Los 33, protagonizada por el español Antonio Banderas, que se estrena esta semana en Chile.
Lobos rechazó primero una propuesta para trabajar en la asociación de fútbol chileno y para dar charlas en la FIFA, iniciativa que le había acercado el propio Joseph Blatter. Conoció, eso sí, Old Trafford, el estadio de Manchester United, y conversó allí con Sir Alex Ferguson y Wayne Rooney. De regreso, se desempeñó como secretario técnico de Deportes Copiapó, el club de la región, pero luego renunció porque era, dijo, un trabajo de oficina. Lobos compró una camioneta y todavía hoy traslada todos los días a los trabajadores de una mina de la zona. Pero no baja. Cada noche regresa a su casa.