Por Karina Almada
Cuando se desató la guerra, el Real Ejército Británico convocó a los jóvenes de la isla. Yo me opuse pero Damian estaba dispuesto a acompañar a sus amigos William, Jake y Connor, que se habían reclutado.
Todo Preston hablaba de la guerra, las señoras aristocráticas, colgadas del brazo de sus maridos, se horrorizaban ante la posibilidad de que su vida social se paralizara sin teatros o fiestas. También, se dejaría de crear la moda, eso era algo de lo que podía oírse en los parques.
Las fábricas de Preston estuvieron a punto de cerrar sus puertas. Cada vez eran más los hombres que se enrolaban para marchar al frente. Con la guerra casi no quedaban obreros para trabajar. El gobierno decretó que aquellos puestos debían de ser ocupados por las mujeres de la ciudad. Así lo pedía el cartel del Mariscal de Campo Kitchener, con su poderosa mirada de cejas tupidas y bigote espeso y puntiagudo. “Your country needs you”, podía leerse en cada poste de la ciudad.
Con Damian nos conocimos en la Preston School, éramos apenas dos niños que volvíamos corriendo hasta Main Street, que era donde estaba la Plaza de la ciudad. De adolescentes nos escapábamos de la vigilancia de mi madre (una señora con aires de duquesa) para ir a ver las sesiones populares en el cine del barrio.
Desde muy chica, mi hermana Lauren había estado enamorada de William y al poco tiempo de que él se marchara, ella se recibió de enfermera y partió para ayudar a los heridos en los hospitales del campo de batalla. ¿Qué podíamos saber de la guerra si habíamos vivido casi medio siglo en paz? Para toda nuestra generación era apenas una leyenda heroica y romántica que habíamos conocido a través de los libros escolares.
Comencé a trabajar en la Dick Kerr. Me levantaba cada mañana a las cinco y veinte. Lo primero que hacía al recuperar mi conciencia era pensar en Damian y en sus serenos ojos azules. Tomaba una taza de té y comía un pedazo de pan tostado con aceite que había preparado mi madre. Ataba mi pelo largo y caminaba cinco cuadras hasta la fábrica con la bruma de la madrugada en mi cara.
Un día Gina apareció con una pelota de su pequeño Matthew, ella lo había castigado por no estudiar. La dejó en el patio de la Dick Kerr y cuando salimos a tomar una taza de sopa con un trozo de pan y queso, Grace empezó a patear la pelota contra la pared. Todo empezó como una distracción en las interminables jornadas de trabajo. Gina se resbaló al intentar quitarle la pelota a Grace y cayó sentada en un charco de agua embarrada. Parecía que iba a estallar otra guerra entre ellas, pero aquello había sido el comienzo de nuestro único pasatiempo.
Poco a poco, las mujeres nos fuimos animando a patear esa pelota de cuero marrón que mitigaba nuestra soledad y la incertidumbre del destino que les aguardaba a aquellos hombrecitos de Preston que marcharon como si fuesen a vivir una aventura salvaje y viril. Se habían ido cantando, con sus resplandecientes uniformes, en los trenes que los llevaban al matadero.
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Agosto, 1916
Querida Mary,
A pesar del estado del mar y los fuertes vientos que azotaron durante todo el viaje, llegamos sanos y salvos a las costas del Río Somme. Esta batalla se cobró la vida de miles de británicos, pero tenemos la esperanza de vencer al ejército alemán en los próximos enfrentamientos.
Estamos bien, el Batallón Veinticinco de la quinta división es grande y estaremos a las órdenes del Comandante Douglas Haig.
Aún conservo tu pañuelo, aquel que me diste el último día que nos vimos en Preston, te recuerdo con tu largo pelo oscuro recogido, prolijo, sobre tu esbelta nuca, y la sonrisa angelical que me enamoró en la escuela. Tus cartas me acompañan en el fondo de mi bolsa, envueltas en ese pañuelo. Ya oculto en la trinchera aprovecho la última hora de luz para releerlas.
Te imagino caminando por Preston, del brazo de tu madre. Guiado por la urgencia de mi corazón, necesito escribirte estas cartas para pelear cada día con la esperanza de volver a verte pronto.
Joe lleva doble ración de provisiones, es un hombre robusto y le gusta cargar en su bolsa navajas de bolsillos, abrelatas, encendedores, placas de identificación de nuestros compatriotas caídos –creo que es para venderlas y conseguir dinero- y también lleva cigarrillos.
El casco metálico, el Brodie, pesa un kilo y medio pero nos protege de las ametralladoras de los germanos.
Desde la última vez que estuvimos juntos, mis pensamientos son todos tuyos, mis recuerdos me llenan de vida al final del día rodeado de tanta muerte. Aún siento el roce de tu suave mejilla en la mía tan áspera. No hace falta que te diga que los días en el frente son interminables.
Siempre tuyo, Damian
Septiembre, 1916
Querido Damian,
El cartero recién acaba de entregarme tu correspondencia y subí hasta mi habitación aún con la cartera en la mano y el gorro puesto. A mi madre todavía la oigo llamarme desde la planta baja, siempre con ese gesto adusto.
Recostada sobre mi cama, leí ansiosa tu carta, deseando que regreses pronto.
Preston sigue igual a cuando te marchaste, pero con la triste imagen de la soledad en sus calles y en sus fábricas.
Hace tiempo que en Dick Kerr dejamos de fabricar trenes para ocupar las líneas de producción con armamento y municiones. Aunque no esté en el frente, los días son interminables, cargamos largas jornadas de trabajo sobre nuestros hombros, entramos y salimos con el cielo azul oscuro.
Por la fábrica vemos pasar infinidad de oficiales que van y vienen, algunos de ellos van pero no vienen.
Mi mano tiembla y mi corazón palpita al escribirte estas líneas, te imagino llevando aquella pesada bolsa con mi correspondencia en el fondo. Conservo tus cartas en una bolsita bordada que me regaló mi madre. Solo Dios sabe lo que pasa por mi interior cada vez que las releo.
No quiero que estas líneas te transmitan melancolía, solo quería expresarte cuánto te echo de menos.
En los descansos que tenemos para comer algo y continuar fabricando armas, hemos empezado a jugar al fútbol. Sí, ¿No lo puedes creer, verdad? Mujeres pateando una pelota. ¿Será que esta guerra hará cambiar el mundo?
Espero con ansias tu próxima carta.
Siempre tuya, Mary
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Yo tenía la esperanza de volver a ver a Damian para las navidades pero él no regresaría para esa fecha, estaba destinado en el Batallón Veinticinco junto a William y Jake. Connor había sido herido y regresó a Preston después de tres meses. Mientras nuestros padres, hermanos, hijos, novios y maridos se desangraban en el frío suelo extranjero, nosotras fabricábamos armas y municiones. En nuestras camisas de trabajo podía olerse la pólvora impregnada. En cada casa se sufría por las pérdidas o la desesperanza pero aún así seguíamos adelante. La batalla del Somme había sido devastadora para ambos bandos.
Anhelaba la llegada del cartero todos los días al regresar de la Dick Kerr. Extrañaba el aroma de Damian al besarme, sus huesudas manos cuando acariciaba mis muslos y sus labios sobre mi nuca. Él hacía arder mis mejillas y vibrar mis sentidos.
Un día de verano, mientras jugábamos al fútbol en el patio, bajó Alfred Frankland, el administrador de la fábrica. Después de mirarnos jugar un rato él le propuso a Grace que formara un equipo de fútbol femenino para representar a la Dick Kerr. Frankland quería organizar un partido para Navidad y donar los fondos recaudados a los heridos que volvían a casa.
El entrenador que contrató Frankland no estaba convencido de que pudiéramos lograr la hazaña y era muy duro con nosotras. Los entrenamientos se hacían cada vez más intensos, yo creo que él lo hacía para que renunciáramos a la idea de jugar al fútbol, pero nosotras seguíamos entrenando. Las mujeres tuvimos la mala suerte de ser testigos de un tiempo violento, pero fuimos capaces de superar las adversidades enfrentando a los miedos y derribando las imposiciones sociales.
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Diciembre, 1916
Querida Mary,
El frío cala hondo en nuestros huesos. Parece que las Navidades las pasaremos en las trincheras junto a lo que quedó del Batallón Veinticinco. Cuando finalizó la contienda del Somme, ambos bandos dejamos soldados en el barro, incluso más de los que se perdieron en Verdún.
Amada Mary, pienso en tu delicada forma de caminar y en tu voz cada noche en mi trinchera y deseo, en lo más profundo de mi corazón, que esta guerra llegue a su fin lo antes posible para regresar a tiempo a Preston, antes que tu alma elija estar al lado de otro hombre.
Las noches son silenciosas y perturbadoras cuando cesa el traquetear de los fusiles y las ametralladoras, pero la hierba mojada por el rocío me despierta al alba habiendo soñado con tu compañía.
Cada uno de nosotros arrastra los objetos necesarios para sobrellevar los días de combate. Cuando empieza a caer la negrura de la noche y el enemigo ha avanzado o retrocedido, según el resultado de la contienda, nos preguntamos si lograremos dormir en paz en estos campos de muerte. Con la pala de trinchera, que cargamos junto a las municiones, la cantimplora, el fusil y la bolsa cavamos un pozo en un lugar seguro. La trinchera es la mejor opción para dormir.
Mary, suelo desear el sabor de tus labios, debo confesarte, no sin pudor, que al releer tus cartas saboreo la solapa de los sobres que me envías imaginando que tu boca ha pasado sobre ella.
Siempre tuyo, Damian.
Marzo, 1917
Querido Damian,
Por fin la nieve y el mal tiempo nos han dado un pequeño alivio. Durante estos angustiosos meses en que no hemos podido comunicarnos, los días y las noches se han vuelto agónicos. La oficina postal hoy ha abierto sus puertas después de casi tres meses por el crudo y melancólico invierno.
Parece ser que Su Majestad Jorge V ha escuchado los reclamos que venimos haciendo en toda Inglaterra y, por fin, las mujeres de Preston dejaremos de estar arrinconadas en la casa como objetos decorativos.
Mi corazón y mi cuerpo siguen amándote con la intensidad del mar embravecido sobre las rocas en la orilla. Te juro, amor, que cuando esta inútil guerra acabe y volvamos a estar juntos, jamás volveremos a separarnos. Deseo tanto tu cuerpo como tu compañía, ya lo sabes.
En las horas que paso armando bombas y granadas en la Dick Kerr no dejo de rogar para que alguna de ellas llegara a tus manos y así protegerte de las ametralladoras alemanas.
Cada vez somos más las mujeres que jugamos al fútbol en la isla. Al principio éramos dos o tres pateando una pelota, tan solo para sobrellevar la desesperanza. Matthew, el hijo de Gina, me ha enseñado a patear con el borde interno del pie, él me ha dicho que de esa forma se consigue controlar mejor la pelota y dar un pase con precisión. Deberías verme.
Por favor cuídate bien, ansío con todo mi corazón que vuelvas cuanto antes a Preston.
Siempre tuya, Mary
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La guerra no estaba de nuestro lado como decían en la prensa. Los hospitales de la isla estaban repletos de soldados que trasladaban del otro lado del Canal. En las ventanas de Preston flameaba una bandera británica por cada hijo que luchaba por la causa, pero cuando las retiraban se sabía que una carta firmada por el Primer Ministro había sido entregada.
Yo había quedado seleccionada entre las veinte mujeres que íbamos a representar a la Dick Kerr. Cuando se lo dije a mi madre fue todo un escándalo. Ella se opuso a que yo participara en semejante desfachatez pero yo estaba decidida.
In the 1920s, women’s football was flying. There were around 150 teams in England, and a game between Dick Kerr’s Ladies and St Helen’s Ladies at Goodison Park on Boxing Day in 1920 had 53,000 people watching it. It will have been rocking. pic.twitter.com/mUdXD79Hy3
— MUNDIAL (@MundialMag) March 8, 2019
Habíamos jugado varios partidos de prueba antes del gran evento de Navidad donde asistirían las personas más importantes de la alta sociedad británica. Alice Woods, Florrie Redford, Jeannie Harris, eran el tridente ofensivo de las míticas Dick Kerr´s Ladies, como nos apodó el Daily Mirror después de jugar un tremendo partido que ganamos por 4 a 0. Yo había encontrado mi puesto en el equipo, aunque antes tuve que probar en varias posiciones. El entrenador Chapman descubrió que tenía buenos reflejos para atrapar la pelota con las manos y me ubicó en el arco. Nunca más lo abandoné. Ese partido fue el puntapie inicial. Rompimos record de recaudación (20 Libras de entonces) y superamos todas las expectativas de la prensa.
A bordo del ferrocarril que nos transportaba por todo el país, viajábamos con soldados que iban a la Guerra con sus bolsas llenas de coraje y que al volver estaban destrozados por el horror. En cada una de sus miradas veía los ojos de Damian. Estuvimos muchos años separados por la guerra y aunque lo extrañaba con todo mi cuerpo, iba perdiendo el recuerdo de su aroma y eso me desesperaba.
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Abril, 1917
Querida Mary,
Tus misivas abrigan mi alma, son el remanso al final de un día ensordecedor por las bombas que no dejan de caer del cielo. Cada noche, al leerlas, me doy cuenta de que todo puede cambiar en un instante, ¿Sabes una cosa? Morir no da miedo, al contrario, en estas circunstancias sería un alivio, dejaría atrás el frío húmedo del campo de batalla. La tierra y el barro penetran a través del uniforme. Las pesadas botas rompen mis pies. Ya te lo dije, morir no da miedo sino tristeza, tristeza de no volver a verte.
Han sido meses muy duros, no sabes lo que es apretar el gatillo mirando de frente a los ojos al enemigo. Al caminar por entre la maleza, a veces encontramos soldados vivos, escondidos para protegerse o para desertar.
Los alemanes jamás se contentarán con sólo ganar esta guerra, ellos anhelan más y más poder, quieren esclavizarnos. Hemos visto que rompen las fronteras para arrasar, quemar y violar a las mujeres de las naciones vecinas. Amada Mary, de sólo pensar que alguno de estos salvajes de cascos picudos, rapados y mal vestidos, podría llegar a hacerte daño se me enardece el corazón.
No pensemos en nada porque no haríamos más que sentir dolor. Añoro besarte y decirte cuánto te amo. Entregarte un beso ahí, ya sabes bien a dónde me refiero, y luego darte otro más y otro más y otro más. Besarte horas enteras en la noche y acariciarte donde tu piel es tan suave, esconderme en tu pecho donde reposa tu corazón.
Siempre tuyo, Damian
Junio, 1917
Querido Damian,
Las noticias que llegan a Preston son alentadoras, ojalá sean ciertas. Aquí se escucha que esta guerra nos favorece y que, si Dios lo permite, pronto regresarás a casa y dejarás de sentir el frío que te provoca el campo de batalla.
Los días aún siguen siendo helados, la primavera no se ha dejado ver. Las chimeneas de las fábricas no descansan, y exhalan un humo tan opaco y turbio que cuesta respirar.
Nuestros monos de trabajo están impregnados por el olor de la pólvora de las municiones que fabricamos, pero también tienen barro y manchas de pasto. Producir armas ya no es lo único que hacemos para ayudar a los valientes soldados.
Amor mío, deseo con toda mi alma que regreses cuanto antes, te extraño tanto que lo único que me mantiene tranquila es pensar que con mis manos te ayudo a derribar alemanes y que con lo recaudado por las Dick Kerr´s Ladies ayudaría a curarte en el caso de que estuvieses herido, Dios no lo permita.
Te amo tanto que no sé cómo transmitirlo en palabras, solo se me ocurre copiar una carta que Beethoven le escribió a su amada y que dice así:
«Solo puedo pensar en ti, mi amor inmortal; solo puedo vivir del todo contigo o de ningún modo. Mi vida, mi amor, solo pensando en nuestra existencia conseguiremos nuestro objetivo que es vivir juntos. Sigue, oh, amándome, nunca juzgues mal el corazón de tu fiel enamorado. Siempre tuyo, Siempre mía, Siempres nuestros».
Mi Damian amado, debo pedirte que te cuides de los bombardeos enemigos y que sigas amándome como Beethoven le pide a su amada. Hasta la próxima carta, te amo.
Siempre tuya, Mary
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Durante la guerra las cartas de Damian llegaban a mi casa de Preston y yo las esperaba con angustiosa alegría y se las contestaba en el mismo momento que las recibía, pero cuando la guerra llegó a su fin, Damian no regresó a Preston porque fue designado a otro territorio para proteger las colonias inglesas en la India. Estuvo en Calcuta, Birmania y Bangladesh.
Él fue trasladado del Batallón Veinticinco de Infantería al Batallón Cuatro de Artillería. Era un excelente tirador y había aprendido a disparar desde distancias lejanas.
Estuvo a bordo del Niveleur Mark V, uno de los tanques que rompieron el impasse en Amiens para abrir camino a la infantería.
Estuvimos separados durante años, ya había perdido toda la esperanza de recuperarlo y formar una familia juntos. Un día, al volver de un partido junto a Gina y Lily, veo en la puerta de mi casa un hombre alto y delgado con uniforme militar, el corazón me latió tan fuerte que tuve que detenerme antes de llegar a mi puerta, Lily me tomó por el brazo y me acompañó. Al darse vuelta descubrí un rostro desconocido, de mirada triste y de corazón herido. En sus ajadas manos traía un sobre amarillento con algunas manchas de sangre, supe de inmediato que ese hombre parado frente a mí no era mi Damian, y que ese sobre traía su alma.
El uniformado apartó sus ojos y comenzó a recitar la que sería la última carta de Damian: “Querida, Mary, En Bangladesh los niños son muy amables, hablan inglés conmigo y responden en francés si alguien lo requiere. La comida es escasa pero sabrosa. Algunos bangladesí nos miran con recelo, nos tratan de manera parca porque, para ellos, somos el invasor que quiere sus riquezas. No me encuentro del todo bien, he contraído fiebre tifoidea pero creo que me recuperaré pronto y por fín podré volver a tu lado. Cuánto te he extrañado, amada Mary. Todo el tiempo que no hemos estado juntos he vivido solo por ti, para poder abrazarte. ¿Has pensado en mí? Siempre tuyo, Damian”.
Estuve dos años de luto por Damian y también por mi madre. Lauren regresó a Preston acompañando a William, que había sufrido heridas muy graves en un bombardeo en los bosques de Tronville. Ella lo buscó por los hospitales de campaña, se quedó a su lado hasta que se recuperó y regresaron a Preston para casarse en 1925.
A pesar de todo el esfuerzo que hacíamos para continuar trabajando en la fábrica y jugar al fútbol, la Football Association consideró que podíamos ser una amenaza a la hora de recuperar el público en el fútbol masculino. Nuestra popularidad había crecido de una manera poco habitual y opacábamos a los varones. Así fue que en el año 1921 se prohibió a los clubes alquilarnos sus estadios. Dijeron que a raíz de investigaciones realizadas por médicos, el fútbol era nocivo para la salud de las mujeres.
Las Dick Kerr´s Ladies nos habíamos convertido en mujeres audaces y ante tal atropello desafiamos a los dirigentes y continuamos jugando en campos de rugby. Esta decisión perjudicó el crecimiento de nuestro deporte porque las condiciones de esas canchas eran terribles, además de tener menos capacidad para albergar a los espectadores, lo que hizo que las recaudaciones disminuyeran.
En 1926 tuvimos otro golpe durísimo, la Dick Kerr despidió a Alfred Frankland, pero él no se dio por vencido y fundó el Preston Ladies para que siguiéramos jugando.
A medida que pasaban los años, jugábamos con menos frecuencia, algunas se habían casado y sus esposos no lo permitían. Otras pudieron defender ese derecho adquirido pero al quedar embarazadas abandonaban el equipo.
Al morir Frankland, en 1957, el club fue sumiéndose en una crisis cada vez más profunda hasta que el invierno del 65 desapareció por completo.
Y hoy me encuentro aquí, con setenta y un años, frente a ustedes, a punto de inaugurar este panteón como recuerdo del querido estadio Deepdale que hace cincuenta años albergó a unas mujeres que nos atrevimos a usar pantalones hasta las rodillas y patear una pelota en una época vehemente.
Mujeres excluidas y apartadas por aquella Football Association por considerarnos ¿qué?, ¿una amenaza, indecorosas, poco femeninas o porque simplemente, nos necesitaban en los hogares para criar hijos y lavar ropa?
Pero no todo fue drama, una tarde de julio del año 1926, al regresar de un entrenamiento, con mis pantalones deportivos embarrados y las medias bajas, me topé con un joven militar que estaba parado en la puerta de mi antigua casa. Sentí las piernas entumecidas pero no por el cansancio físico. Ese hombre, con el rostro curtido pero con la mirada traslúcida, me sonrió y abrió sus brazos: ¿Has pensado en mí? Esta vez sí era Damian, mi Damian, que estaba vivo y frente a mí. Aquel que había creído muerto en Bangladesh a causa de la fiebre tifoidea cuando un soldado trajo su carta hasta mi puerta. Había estado muy grave, es verdad, al borde de la muerte pero resistió en cautiverio hasta que años después logró recuperarse. En una rebelión, Damian había perdido su documento y era difícil volver a Preston desde un lugar tan remoto como Bangladesh. Al poco tiempo nos casamos y tuvimos dos hijos, Margaret, que fue la primera mujer campeona olímpica en natación, y Connor que se dedicó al fútbol, como yo.
Hoy, por fin, he tenido la suerte de ver que las mujeres podemos jugar al fútbol sin escondernos de nadie.
Gracias Preston Fútbol Club por aquella vez que nos albergaron y gracias a la nueva generación de la Football Asociation.
El auditorio se puso de pie.
Karina Almada es escritora y autora de los cuentos «Al final de Preston», publicado en «14 Corazones. A través del tiempo» y «Entre tules y velos», del libro «Viajeras». Ambos forman parte de antologías solidarias. Además participó en programas de radio para hablar sobre cultura y literatura. Pueden seguirla en su cuenta de Instagram: @karinaalmadaescritora