Un dolor infinito

A un toque

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Sólo compartí un año de redacción con Jorge López. Ese tiempo, corto e intenso, sirvió para descubrir y admirar su capacidad de trabajo. Tomaba el teléfono y apretaba sus números a toda velocidad para lograr entrevistas con Saviola, Aimar y Ortega, los nombres difíciles de contactar en River, allá por fines de los ’90 y principios de 2000. En la vida del Topo, no había notas imposibles; siempre eran reales. Y pronto, retrataban las páginas de Olé con su firma. Nos reencontramos en octubre de 2005, por un partido de Eliminatorias de la Selección, en Montevideo. Recuerdo su saludo, como si me hubiera visto pocos días atrás, cuando, en realidad habían pasado varios años. No había olvidado algunas coberturas en dupla en las canchas del Ascenso. Hablamos de nuestros caminos por el periodismo y de Messi, su debilidad. Aquel juvenil que había descubierto en Barcelona, mientras trabajaba en el diario Sport, y ahora pedía pista en el seleccionado con el acelerador a fondo. Verlo en la foto que retrata este post, y leer que sólo tenía 38 años, una esposa y dos hijos, impacta con fuerza en el ánimo. Se fue uno de los buenos del periodismo. Uno de los talentosos que tenía ese fuego sagrado para encontrar y teclear historias de alto vuelo, como lo recordó Nicolás Berardo en su columna de Olé. La vida abrió una herida que duele en Buenos Aires y Barcelona. Pasan los días y cuesta entender que tres delincuentes le cortaron sus sueños. Es un dolor infinito. Una tristeza insoportable.

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