Lazos de familia

A un toque

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Quizás, su ciclo de baja producción en Racing lo convenció para decirle adiós a la pelota. Después de haber jugado sólo 16 partidos en diez meses, Roberto Ayala dejó la pilcha de defensor en un vestuario y se despidió del fútbol. A los 37 años, hizo su saludo definitivo a la número cinco que conoció de pequeño, junto a su abuelo Camilo. Cuero, cámara, aguja, hilo y manos a la obra para coserla y darle forma. Y también, miró de lejos aquellos partidos disputados al lado de su padre, en la capital entrerriana. Pura fascinación y espíritu amateur antes de su recorrido exitoso por Europa y el seleccionado.
«Jugamos juntos varios años, él de líbero, y yo encimando al nueve. Mi viejo tenía la fama de duro… y algo habré heredado. Lo respetaban más que a mí, lógicamente. Era un grupo de gente amiga, bien de pueblo. Había que hacer 40 kilómetros para entrenarnos. Ibamos en el camión de mi papá. En la cabina, unos pocos privilegiados, los más grandes. El resto, atrás, en la caja… el chiflete entraba por todos lados. Volvíamos a las 12 de la noche, y al otro día temprano al colegio. Así tres veces por semana. ¡Qué bien la pasaba!», recordó en una entrevista con El Gráfico, allá por marzo de 2008. Ahora, se marcha del fútbol, con un CV de seis títulos y tres mundiales. Nada más. Nada menos.

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