La vida color giallorossa

A un toque

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En un fútbol que viaja por el carril rápido, Francesco Totti elige transitar por otra vía. Prefiere el talento y la pausa al vértigo y la lucha física de estos tiempos. Eso le da un disfraz distinto en el calcio italiano y las ligas europeas. Y la diferencia, también. la impone más allá del césped con su incondicionalidad a la Roma. Allí tuvo estreno con sólo 16 años, en marzo de 1993. Y días atrás, el señor de las cuatro décadas comenzó la que será -seguramente- su última temporada en el club de la capital italiana. Una vida color giallorossa.

Ya no se ven futbolistas de una sola camiseta en su carrera. Son épocas de estadías cortas y cambios de equipos por millones de dólares. Y sin embargo, Totti toma otra dirección y  circula en contra de esa tendencia. Ahí sigue en la Roma, donde le soltó pases a varios argentinos. Lo hizo a Caniggia y Trotta. También a Walter Samuel, Balbo y Batistuta, con quienes logró el scudetto de la temporada 2000-2001. Y en los últimos tiempos, a Leandro Paredes, Diego Perotti y Nicolás Burdisso, que en una nota con La Nación lo definió «como un líder futbolístico, no de vestuario». «Dentro de la cancha -subrayó- te transmite seguridad».

Todo el talento de Totti retratado en una imagen de 2007, año del gol contra Milan que provocó el texto de Enric González. Foto de la agencia AFP.

Todo el talento de Totti retratado en una imagen de 2007, año del gol contra Milan que provocó el texto de Enric González. Foto de la agencia AFP.

Después de más de 20 años en la Roma, hay goles de Totti para el recuerdo. Uno de ellos lo convirtió en agosto de 2007, y así lo describió el periodista Enric González en una crónica publicada por el diario El País y recopilada para su libro Historias del Calcio. Pasen y lean Francés, con el ídolo inoxidable como gran protagonista.

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Por Enric González

El fútbol, como la vida, está lleno de tiempo-basura. Como la vida, el fútbol se descompone al final en un puñado de momentos brillantes. El resto es un vago malestar: fenómenos metabólicos, estadísticas, humo. Y, sin embargo, ni el fútbol ni la vida son mal negocio. Hay momentos que duran para siempre.

El sábado, poco después de las diez de la noche, uno de esos momentos iluminó el calcio.

El Milan y el Roma empataban a uno en un encuentro importante para ambos. El Milan, un viejo acorazado con la cubierta llena de cañones y un montón de vías de agua en la sentina, necesitaba demostrar que aún podía ganar una gran batalla. Ya había perdido en casa con el Inter y el Palermo, los dos jefes de la clasificación, y no podía permitirse otra derrota. El Roma, que no quería alejarse de los líderes, sentía menos urgencia porque pensaba en la historia: llevaba 20 años sin triunfar en casa del Diablo y le faltaba una victoria, que podía ser esa, para alcanzar las mil en la Serie A. El Milan se jugaba la vida. El Roma se jugaba la gloria.

El Milan había salido con rabia tras el descanso y los romanistas se refugiaban atrás, contra las cuerdas, confiando en sacar un golpe que noqueara al rival. Pero todos los golpes los daba el Milan. Hacia el minuto 15 del segundo tiempo, cualquier apostador sabía dónde poner su dinero. El míster del Roma, Spalletti, comprobó que era suicida exponerse a la potencia de fuego del acorazado milanista y retiró a Perrotta, la pieza central del tridente, para introducir a un chaval de 20 años llamado Aquilani. Delante, como falso ariete, siguió Francesco Totti, Francé (léase Franché), 30 años, cerebro rápido y trote lento, un genio con el peroné lleno de clavos y arandelas.

Después de más de 20 años en la Roma, Totti comenzó a jugar la que seguramente será su última temporada como futbolista. Foto de Paolo Bruno / Getty Images Europe / Vía Zimbio.

Después de más de 20 años en la Roma, Totti comenzó a jugar la que seguramente será su última temporada como futbolista. Foto de Paolo Bruno / Getty Images Europe / Vía Zimbio.

Francé ya había marcado el gol de su equipo. Con Aquilani, que salió dispuesto a hacer el partido de su vida, La Mágica se echó encima del Milan.

Faltaban siete minutos para el final cuando ocurrió lo que ocurrió. Seedorf perdió la pelota no muy lejos de su área. El balón se aproximó a Aquilani, quien, rodeado de dos contrarios, probó una cosa absurda: un centro de rabona dirigido a su espalda, hacia el extremo izquierdo, donde debía estar Mancini. La rabona salió perfecta, Mancini apareció por la banda y tocó hacia el área. A Totti, ariete inverosímil, le bastó poner la cabeza. Apenas cinco segundos para fabricar un gol maravilloso. Y una victoria histórica.

Un momento mágico es una puerta abierta al sueño. En cuanto terminó el partido, Totti y los suyos empezaron a pensar en el scudetto. ¿Por qué no? El portero, Domi, está en forma. Los dos centrales, Mexes y Chivu, son hoy los mejores del campeonato. La pareja de medios centro, De Rossi y Pizarro, no desmerece frente a cualquier cosa que puedan alinear el Inter, el Milan o el sorprendente Palermo. Los extremos brasileños, Taddei y Mancini, no pertenecen a la categoría del centrocampista reciclado: son de verdad. Y luego está Totti.

Lo normal es que este scudetto acabe cosido en la camiseta del Inter porque, con el ogro Juventus encerrado, por poco tiempo, en la Serie B y con el Milan achacoso, La Bienamada más potente del último decenio carece de excusas.

Pero la magia, ese material invisible que se pega a la memoria, está del lado de la banda de veinteañeros que dirige Totti. Como los adolescentes enamorados, hacen cosas imposibles.

Lo cual, en romano, se dice en dos palabras: Ahó, Francé. El resto se expresa con los ojos y las manos.

 

 

 

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