«El fútbol te limpia el alma»

A un toque

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Enero de 2002. Faltan seis meses para que la pelota gire en el Mundial de Corea-Japón. Faltan seis meses, también, para que una casa del barrio Malvín, en Montevideo, luzca una cartel de advertencia. «Cerrada por fútbol», dirá el mensaje. El autor será Eduardo Galeano, el hombre que le pone letras de calidad a este juego. A la espera de la Copa del Mundo, el escritor recibe a la revista Al Arco y habla, por supuesto, de fútbol. Del seleccionado uruguayo, las necesidades estéticas con el cuero redondo, nombres propios… Y del poder curativo de la pelota. Aquí, algunos extractos de aquella entrevista.

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Por Marcos González Cezer

No escribiría la biografía porque, según dice, lo seduce más el montón de historias breves que confluyen en otra historia. Pero Obdulio Varela, el Negro Jefe, es una figura que le resulta especialmente entrañable. Y en la anécdota que él mismo cuenta pueden empezar a encontrarse los lazos que unen a Eduardo Galeano con el fútbol. “Los muchachos de El Gráfico me regalaron una foto hermosa de Obdulio. Y ahí lo tengo, lo miro cuando escribo. Es un hombre que a mí siempre me gustó mucho, me ayuda a saber que existió enemigo, porque era de Peñarol y yo soy de Nacional. Un tipo noble, increíble, protagonista de la huelga que puso en peligro la participación de Uruguay en el Mundial del ’50 y protagonista luego del triunfo en el Maracaná, tras lo cual se escapó para beber con los vencidos y esperar con ellos el amanecer…”

Ahora no es el amanecer, sino el mediodía y, a diferencia de Obdulio, quien seguro habrá tenido la deferencia de hablar de cualquier cosas con sus vencidos, menos de la pelota, la charla con Galeano es precisamente de eso, de fútbol.

-¿Fue al 1 a 1 de Uruguay y Argentina?
-Fui.

-¿Y?
-Yo no coincido con lo que dijeron, que hubo tongo. Fue un partido que se jugó lealmente, con un lindo primer tiempo. Pero luego, lógico, cuando vieron que el empate no perjudicaba a nadie, se dejar estar para no cansarse “al cuete”. La mayor parte del partido, salvo los minutos finales, se jugó de verdad. Pero bueno, después dijeron todo del pacto, del tongo, esas cosas, y la gente suscribe por esa historia de los hermanos rioplatenses. Yo no creo que haya sido un favor (…) Hay teorías de conspiración en las que yo no creo.

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-Su ambición personal, como espectador o como hincha de la selección, ¿es que Uruguay vaya al Mundial de Corea-Japón a jugar bien?
-Claro que sí. Para mí se trata de que juegue bien, de que juegue lindo. No importa tanto que gane o que pierda, que llegue o no llegue a la final. Yo no soy resultadista, para decirlo en términos argentinos, y como este mundo es muy paradójico siempre me resulta revelador que los resultados tengan malos resultados. Los que juegan a no perder, como jugó Uruguay hasta el último partido, terminan salvándose en el anca de un piojo. El pueblo uruguayo, creo, está necesitando buen fútbol, de que le ofrezcan belleza.

-Pero estas necesidades estéticas van a contramano del fútbol uruguayo…
-La garra no es incompatible con la belleza, porque tiene que ver con el sentido de la dignidad. Y para mí la belleza más creíble es precisamente la belleza que sale de la dignidad. El concepto de garra se traicionó, se ensució, se identificó con las patadas, con la matonería, como si el que más garra demuestra es el que más patadas da. Eso es ignorancia del pasado, porque cuando Uruguay ganó el Mundial del ’50, en la final cometió la mitad de faltas que Brasil. La garra no era el arte de matar al prójimo, sino tener sentido de la dignidad. Multiplicar el coraje en las horas bravas, en los momentos difíciles. Y eso tiene mucho que ver con la belleza.

-¿Por qué se tergiversó el concepto?
-Por el más triste signo de este mundo entre dos milenios, que es la idea de que vale todo. O sea, hay un sistema mundial de poder que abarca al fútbol y a todo lo demás en el que está prohibido perder. La derrota o el fracaso es el único pecado que no tiene redención. Hay que ganar o ganar, y si se juega para ganar o ganar quiere decir que ya no se juega por jugar, que es como habría jugar. Por el placer de jugar, un placer que siente el que juega pero que también se proporciona al que sabe ver. Por eso, con todo el respeto que me merece, me pareció totalmente ofensiva para la inteligencia una frase que leí de Umberto Eco, y que decía algo así como que el fútbol era una mierda porque era más la gente que lo miraba que la que lo jugaba.

-Pero eso suele suceder en todas las disciplinas no sólo deportivas, sino también artísticas.
-¡Es lo que yo digo! Si el fútbol es una mierda por eso, entonces también es una mierda el ballet, el cine, la música, el teatro y hasta la literatura, que es la que le ha dado al fin y al cabo pan para comer, su modo de vida y de prestigio, del que goza con toda razón. Pero que se deje de decir boludeces sobre el fútbol. ¿Cómo va a descalificar al fútbol por eso? La literatura tiene muchos más lectores que escritores. Y claro que uno quisiera que al fútbol lo jugaran todos. (…) Ojalá todo el mundo lo practicara, porque te limpia el alma y te mejora el cuerpo.

La garra no era el arte de matar al prójimo, sino tener sentido de la dignidad. Multiplicar el coraje en las horas bravas, en los momentos difíciles. Y eso tiene mucho que ver con la belleza», definía Galeano a principios de 2002, a la espera del Mundial de Corea-Japón.

-¿Por qué dice que el fútbol limpia el alma?
-Esta es una pregunta que la habría respondido mejor que yo el doctor Enrique Pichón Riviere, que ya murió. Pichón Riviere, como psiquiatra, aplicaba la terapia del fútbol a sus pacientes y sobre eso escribió que el fútbol es un deporte de asociación. Que sirve como terapia de vínculo, sirve para vincular a los desvinculados (…) Él practicó el fútbol como terapia para sus locos, digamos, entre comillas, para los más solos entre los solos, y le daba un resultado excelente.

-¿Y en todo este marco, qué le produce la particular imagen de Bielsa?
-Me genera simpatía. El problema es que se toma el fútbol demasiado en serio… Eso me choca un poco. Se angustia, a veces demasiado. Y aunque eso es prueba de que no lo hace por la guita que cobra, sino que pone el alma, me gustaría que se lo tomara con un poco más de soda. Por él miso. En la vida hay que tratar de reírse un poquito.

-Augusto Roa Bastos, en una entrevista con Al Arco de hace un par de meses, dijo que es probable que el éxito sea la droga de Maradona.
-Sí, sí… Hace años que vengo diciendo eso también. En realidad, la droga que de veras lo fulminó fue la droga del éxito. Mucho más que la cocaína. La del éxito es una droga mortal. A partir del momento en que te convertís un adicto al éxito, terminás actuando al servicio del poder que vos mismo combatís. Porque él mismo es enemigo de la estructura de poder, pero habiendo caído en esa trampa, se convierte en un instrumento del sistema que combate. Lo que explica las contradicciones que comete.

-¿En el fútbol qué sería revolucionario?
-Lo mismo que en lo demás. Lo mejor está en la cantidad de mundos que el mundo contiene. No creo en ningún tipo de unanimidad (…) En el fútbol es igual: tenés que mantener tu manera de ser, tu manera de jugar. Dime cómo juegas y te diré quién eres. El fútbol siempre ha sido una señal cultural de identidad muy importante. Por eso, me parece escandaloso que los libros de historia del siglo XX rara vez mencionen al fútbol.

-Por ahí, lo que ocurre con los libros de historia es algo así como el desprecio que los intelectuales tienen por el fútbol.
-No sé, no creo, porque en ese sentido hemos avanzado bastante. Se está cerrando la brecha abierta entre los intelectuales que despreciaban al fútbol, o lo desprecian todavía, por creer que el fútbol es la prueba de que el pueblo piensa con los pies, y también los futboleros desprecian a los intelectuales, porque parten de la base de que la cultura es paja. En eso se ha avanzando, porque ahora se empieza a reconocer que la cultura es todo.

 

 

 

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