BULIMIA DE VICTORIAS

A un toque

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Por Martí Perarnau (@martiperarnau)

[dropcap]H[/dropcap]asta 2009, la palabra «triplete» era un término que permanecía guardado en el baúl de los recuerdos históricos, pero ahora da la impresión de que no obtenerlo equivale al fracaso. Le ha ocurrido a Guardiola en Múnich y también a Luis Enrique en su segunda temporada en Barcelona. El Bayern sólo consiguió ganar dos veces la Copa de Europa en 37 intentos (entre 1976 y 2013), pero ahora parece que su obligación es conquistarla cada año. Lo mismo ocurre con Barcelona, que hasta 1992 ni siquiera había ganado una y desde entonces suma cinco, pero cuando no la gana parece un desastre catastrófico.

Denomino «bulimia de victorias» a este fenómeno de los tiempos modernos. No poseo los suficientes conocimientos para afirmar que el fenómeno sea realmente un trastorno o una enfermedad, pero lo describiré: consiste en no disfrutar de los grandes triunfos porque de inmediato hay que replantearse nuevas conquistas. Salvando las lógicas distancias, este concepto de «bulimia de victorias» implica vivir en un permanente estado de ansiedad en torno a los resultados. Es paradójico, pero cuanto más se gana, más se necesita no dejar de hacerlo y por eso cobra especial sentido dejar al margen el cómo, el quién y el qué. El nivel de obsesión que se establece llega a ser tal que parece que lo normal es vivir atropellados en un permanente estado de insatisfacción.

El único momento de «no ansiedad» se circunscribe a los instantes en los que se celebra el gol, en el que simplemente nos dejamos llevar, pero al hacerlo bajo parámetros «patalógicos» la victoria no nos nutre: sólo alimenta y retroalimenta más ansiedad y más obsesión por darse un nuevo atracón de triunfos. ¿A qué es debido este fenómeno? ¿Qué estimula esta tendencia irrefrenable?

A mi entender, a la confluencia de dos energías dispares pero poderosas que desembocan en el mismo objetivo: los clubes de fútbol en su nueva faceta de marcas globales y la industria periodística en su nuevo rol de emociones.

Algunos grandes clubes están cambiando su personalidad y han iniciado un proceso imparable para definirse como generadores de contenidos y, como tales, precisan ser actores relevantes en el escenario del marketing. Para ello, algunos dirigentes sacrifican aspectos que parecían intocables en sus entidades, como el valor sustancial de los socios, el peso de su larga historia y, por supuesto, el relieve que otorgan al propio fútbol. Excusados bajo el mantra de la reconversión en protagonistas del enorme negocio que se genera en el deporte, estos clubes propician la mencionada bulimia de ganar. Deja de ser trascendente cómo juega el equipo, o si el estadio alberga más turistas deseosos de ver en acción a estrellas famosas que aficionados y socios del propio club (por eso no importa el juego, sino que los jugadores sean famosos y vendan camisetas).

La cuota de ingresos que captar se ha convertido en lo único relevante, para lo cual precisan de dos elementos esenciales: famosos y triunfos. Estos clubes propician una dinámica nueva en la que el núcleo del negocio, el core business, se ha trasladado del balón al anuncio publicitario. Los impactos que consiga el club entendido como marca son trascendentes porque de ellos dependen las nuevas fuentes de ingresos. Las estrellas famosas son un instrumento imprescindible y la victoria se define como la coronación de la marca. Por lo tanto, a este tipo de clubes les resulta sustancial para el negocio vencer sin cesar, da igual la forma en que lo consigan, y por ello no pueden detenerse a saborear mínimamente ningún triunfo.

Cristiano Ronaldo y el Real Madrid, una sociedad exitosa que retrata los nuevos tiempos del fútbol. Foto de Denis Doyle /Getty Images Europe / Vía Zimbio.

La otra gran fuerza que trabaja en esta misma onda es la industria periodística. Lo que en otros tiempos fue un oficio artesano, el periodismo, ha ido desapareciendo en un proceso salvaje de reindustrialización que se ha acelerado en el último decenio. Con él han quedado arrasados antiguos paradigmas del periodismo y han aparecido otros nuevos rasgos: inmediatez, superficialidad, brevedad, impacto… Aunque todavía existen excelentes medios de comunicación que ejercen un periodismo meticuloso, la tendencia general camina en sentido opuesto: los medios son ahora una industria de generar contenidos veloces y superficiales. ¡Y coinciden precisamente con el mismo objetivo de los clubes!

Excusados bajo el mantra de la reconversión en protagonistas del enorme negocio que se genera en el deporte, estos clubes propician la mencionada bulimia de ganar. Deja de ser trascendente cómo juega el equipo, o si el estadio alberga más turistas deseosos de ver en acción a estrellas famosas que aficionados y socios del propio club.

Esta confluencia de objetivos e intereses entre clubes y medios deja muy poco espacio para que un entrenador intente ser pedagógico hablando de fútbol en sus apariciones ante la prensa. Los entrenadores tienen totalmente perdida esta batalla. Hace algo más de un año asistí a una de las tantas demostraciones de ello: durante la rueda de prensa previa al Bayern-Oporto, Guardiola se extendió durante cuatro minutos en detalladas explicaciones sobre el juego del equipo portugués, especificando las características concretas de cada uno de los principales futbolistas rivales.

Sentados a mi lado, dos periodistas alemanes comentaron: «¿Y a nosotros qué nos importa cómo juego el Oporto?» ¡Naturalmente que al negocio no le importa! Ni en Alemania, ni en España, ni en Inglaterra, ni en ninguna otra parte. Lo que adquiere carácter relevante es si un entrenador rompe el pantalón en el banquillo, si hace una mueca o si bebe champán en lugar de vino, porque eso genera impactos mediáticos. ¿El juego? ¿El fútbol? Sólo es un pretexto dentro de la generación de ingresos. Con su clarividencia proverbial, Marcelo Bielsa se refirió a esto cuando dijo: «Si algo ha obstaculizado la comunicación con la gente, ha sido el negocio periodístico». El problema no son los periodistas, sino la industria periodística.

El aficionado medio vive sometido a la presión de estas dos poderosas fuerzas, clubes y medios, que por caminos diferentes tienen el objetivo común de generar contenidos impactantes. Así, el aficionado es bombardeado con un mismo mensaje: sólo vale ganar. Pero no se trata de ganar de vez en cuando, como había ocurrido a lo largo de toda la historia de este deporte, sino que ahora hay que ganar siempre, de forma continuada y repetida, en un bucle que debe ser infinito, pues de lo contrario será un fracaso.

Este fenómeno se ha instaurado con naturalidad hasta el punto de que se ve con normalidad el grado desmedido de presión y exigencia, y la victoria pierde su carácter extraordinario. ¿Por qué? Porque agitar la frustración da mucho juego indirecto. Son muchos más los frustrados que los ganadores cuantitativamente hablando. Sin embargo, la estela que dejan los ganadores, tan antagónica pero tan potente, es más que suficiente para repartir a la masa frustrada el deseo de victoria a través de emociones oscuras.

El ciclo fagocitador-bulímico está instaurado: siempre se puede ganar más. El entrenador y los jugadores que más ganan son el centro de atención en un universo donde filias y fobias son la base de las emociones más primitivas y más fácilmente agitables para algunos medios. Y, a su vez, el exceso de control como necesidad de llevar el negocio hasta que no se sabe qué límites por parte de prensa y clubes hace que algunos miren para otro lado y no fomenten aspectos esenciales de la ética y el equilibrio, aspectos que «estorban» en la la consecución de objetivos por la vía fácil y rápida, tan alejada del necesario y coherente tiempo que todo proyecto requiere. Guardiola es consciente de ello:

-Sucede en todas partes. O ganas, o te masacran. Sólo sirve ganar. No hay el menor respeto por el trabajo del entrenador.

De esta manera, ¿para qué disfrutar del triunfo de hoy si ya hemos de volcarnos en el triunfo de mañana porque necesitamos darnos otro atracón? Cuando algo nos obsesiona, precisamente lo que hacemos es no saborear, no disfrutar y, lo peor… no aprender. Lo describo como un trastorno social, que quiebra la realidad esencial del deporte, de ahí que lo asimile etimológicamente a la bulimia: ninguna victoria es suficiente porque ninguna sacia la voracidad de medios y clubes. En dicha dinámica perversa, el aficionado es víctima y a la vez impulsor del círculo vicioso.

En lugar de disfrutar del éxito y considerarlo una bendición, fruto del trabajo meticuloso de un colectivo y valorarlo como una de las múltiples opciones que ofrece el deporte, la sociedad del fútbol devora el triunfo en un instante, de un bocado, sin saborearlo, y de inmediato reclama más comida, más éxitos, más atracones, más y más… Es un trastorno de los tiempos modernos, una «enfermedad» de la cultura de la inmediatez. Ya, aquí y ahora, tengo lo que deseo. Para eso solo hace falta sentir que el control nos pertenece. Y nada más lejos y antagónico de la naturaleza del deporte y del fútbol, precisamente la actividad deportiva más incierta y menos controlable de cuantas se practican.

*El texto fue extraído del libro Pep Guardiola, la metamorfosis, escrito por Martín Perarnau

 

 

 

 

 

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