BUENA SUERTE Y HASTA LUEGO

No te olvidés

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Por Diego Tomasi (@diegostomasi)

Domingo 30 de marzo de 2014. Boca y River se encuentran en la Bombonera. Juan Román Riquelme juega (y no lo sabe todavía) su último superclásico. El partido termina dos a uno para el equipo visitante. Cuando Ramiro Funes Mori convierte el segundo gol, Riquelme ya no está en el campo. Ha sido reemplazado unos minutos antes. Ya ha manejado los tiempos del partido. Ya ha convertido, tal vez, uno de los mejores goles de tiro libre de su carrera. Ya ha logrado que algún hincha, en la tribuna popular, se abrace por primera vez a una persona que no conoce. Ya ha hecho que el mismo hincha llore en una cancha, también por primera vez.

Después del partido, el periodista Julián Scher escribió una nota cuyo título era “Sobra el tiro libre”. Allí argumentaba: “Sobra el tiro libre para explicar por qué Riquelme fue el mejor jugador del superclásico. Sobra el tiro libre porque, si no hubiera ocurrido esa obra de arte que terminó en el ángulo superior derecho de Baravoro, habría que estar diciendo lo mismo. Riquelme fue el mejor porque mostró que no hay mejor recurso para jugar al fútbol que jugar bien al fútbol. Y, en un fútbol que tantas veces aburre por lo opaco, en un fútbol que tantas veces descansa por la sobreabundancia de imprecisiones, Riquelme hizo lo que debería ser fácil de hacer: puso siempre la pelota contra el piso, se la dio a los compañeros la mayoría de las veces y, por lo general, en lo que suele ser su mayor virtud, eligió bien los tiempos y los espacios que demandan las jugadas.

Unos párrafos más adelante, Scher usó palabras que definieron, de algún modo, no sólo ese partido, sino la suma de la carrera futbolera de Riquelme: “Además de la efectividad con la que Riquelme cargó sobre sus hombros el protagonismo, su sentido estético del juego estuvo también presente e iluminó los mejores momentos del encuentro. Pisadas, giros y gambetas, siempre entendiendo que la elegancia debe estar puesta en función de las necesidades colectivas y no ser un fin en sí mismo, lo fueron volviendo el eje indiscutido desde el que partieron las mejores acciones de la tarde”.

El 27 de abril, Boca enfrentó a Arsenal por la fecha número 16 del Torneo Final. Podía ser uno de los dos últimos partidos de Riquelme en Boca. La sensación generalizada era que el club no tenía intenciones de renovar el contrato del número diez, pero de todos modos había encargado encuestas en los alrededores del estadio para cotejar sus intenciones con la opinión de la hinchada.

Cuando Alejandro Gómez, la voz del estadio de Boca, comenzó a enumerar la formación del equipo, la sensación era inequívoca. Se esperaba el momento en que el locutor nombrara al número diez. Una vez que Gómez mencionó a Nicolás Colazo, volante por izquierda, era el turno del capitán. El murmullo se convirtió en griterío. Los aplausos, en cantos hasta romper la garganta. La emoción, en lágrimas. Pero Alejandro Gómez no nombró al diez. Simplemente dejó que el estadio fuera el que recuperara el viejo canto popular: “Riqueeelme… Riqueeelme…”. Y la formación se completó en los parlantes y el partido empezó y Riquelme jugó un partido brillante.

“No hacía falta nombrarlo –dice Alejandro Gómez-. Antes de entrar al estadio me había comido un sándwich, y por la calle estaba el periodista Leandro Aguilera. Los muchachos del puesto que vende bondiolitas le preguntaban cosas, y él contó que las encuestas estaban dando diez a uno a favor de la renovación del contrato de Riquelme. Con esa información, entré al estadio. Se decía que podía ser uno de los últimos partidos de Román en la Bombonera, y se sabía que el público iba a pedir por su continuidad. Entonces, estaba nombrando a los demás, y decidí no nombrarlo. ¿Cómo lo voy a nombrar? A veces, los silencios dicen más que cualquier palabra”.

Juan Román Riquelme jugó su último partido en Boca, ante Lanús, el 11 de mayo de 2014. Ese día, un estadio lleno lo celebró y lo abrazó y lo amó. Del mismo modo, Riquelme devolvió tanto afecto con un juego lleno de belleza, de compromiso con el balón, y con un puñado de jugadas lujosas que resultarán imborrables. Las geometrías de la cancha le pertenecieron. Pasó la pelota y la pidió como si fuera el último partido de su vida (y en parte lo fue). En los últimos minutos hizo un caño sin tocar la pelota, sólo un amague, y un rato después, en su jugada final, dejó solo al delantero Claudio Riaño con un pase para coleccionar. Aunque la pelota no terminó en gol, y haciendo una burla a las estadísticas, puede decirse con toda justicia poética que la última jugada de Juan Román Riquelme con la camiseta de Boca fue una asistencia.

*Extracto del libro El Caño Más Bello del Mundo, de editorial Hojas del Sur y Planeta

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