BARRILETE CÓSMICO

A un toque

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Por Gabriel Tuñez (@gabtunez)

Si este fenómeno del fútbol es el móvil que provoca en los desconocidos y sumergidos de siempre el ansia por expresarse de una manera poética, bienvenido sea”. A Roberto Jorge Santoro lo secuestraron las fuerzas de la dictadura de una escuela en la que trabajaba como preceptor. Ya había dejado su casa y alternaba domicilios con su pequeña hija, mientras los militares perseguían armados su huella de poeta por los barrios que había descrito en papeles de todo tipo. A Santoro lo desaparecieron, como a tantos miles, una noche fría y destemplada del 1 de junio del ‘77.

Uno cree que en esos siete años de régimen y muerte siempre fue de noche, y que hubo nubes grises densas, que mostraron sus colmillos y escondieron casi todo. Y en ese clima, Santoro. “Sostengo con dos manos la esperanza porque sé que es el único aliento que vive a la intemperie”. El Pelado o Toto, como le decían sus amigos, fue pionero en aventurarse en eso que desde hace un tiempo es moda y disfrute: la literatura deportiva. La pasión por Racing, las discusiones en los bares de Chacarita -el barrio natal- y las letras de tango que escuchó y escribió llevaron, quizás inevitablemente, a que fuera él quien demostrara el coraje intelectual necesario para guardar el fútbol en los libros, y hacer relatar jugadas e historias página por página.

Así publicó, en el 71, Literatura de la pelota, un libro que estuvo por perdido años y noches hasta su reedición en 2007. Como un DT, agrupó notas, crónicas, poemas, cuentos y referencias futboleras de Arlt, Borges, Cadícamo, De la Púa, Marechal, Scalabrini Ortíz, Gelman, Garibaldi, Celedonio Flores, Mignona y Martínez de Estrada, por citar a once que integrarían uno de los varios equipos que surgen de los autores recopilados. “¿Por qué escribo poesía? A decir verdad, yo debería contestarle con otra pregunta: ¿por qué respira?”.

Santoro caminó tranquilo por el pasillo de la Escuela Fray Luis Beltrán que lo llevaba, sin saberlo, hacia sus verdugos. Les estiró la mano derecha y se presentó con nombre y apellido. Ahí nomás mostraron las armas, lo tomaron entre varios y se lo llevaron a lo más profundo de la dictadura. “A mi país se le han perdido muchos habitantes y dice que algún cuerpo del ejército los tiene/ yo señor? Sí señor/ No señor/ Pues entonces quién los tiene?”. Eso, ¿quién lo tiene a Santoro?.

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